miércoles, agosto 16, 2006

El alma del caminante

El pino verde. El sonido del viento. La luz del sol. Una ventana entreabierta. Un equipo de música que disimula su edad al mantener intactas sus funciones. El turboventilador prestado por ese vecino generoso. Un radiador eléctrico, producto de una compra de garage. La pila de libros desordenados que fueron cayendo sobre la mesa de luz a medida que acababa su turno de lectura. La estructura de un tablero viejo de dibujo adquirido al ingresar a la universidad. El llamador de ángeles con símbolos orientales que acompaña pensamientos en aquellas noches ventosas. Un cazador de sueños, regalo de una novia compañera que aún llena mis días. Una cómoda provenzal, obsequio inesperado que encontramos aquel día en que el empleado de la inmobiliaria, nos entregó las llaves de la casa que acabábamos de adquirir. Dos mesitas de luz del mismo juego provenzal que noche a noche parecen preguntarme ¿dónde has dejado el ropero?. Ropa totalmente acomodada por la mano del azar. Aquel almanaque colgado en el rincón, con su imagen de niños peruanos que permiten revivir uno de mis más emotivos viajes. Discos compactos de gran variedad de intérpretes y géneros musicales que esperan ser escuchados; esos mismos discos que, a modo de lotería, coinciden cada tanto con mis estados de ánimo, lo cual les otorga la posibilidad de sonar por algunos minutos. En medio de ese universo heterogéneo de objetos, recuerdos, historias y las manchas de humedad, se encuentra casi a nivel del suelo el colchón; ese colchón que espera día a día que llegue y me acueste para darle sentido a su existencia, o quizás espera a que me despierte y me vaya para poder descansar él también. No lo sé. Los objetos que me rodean dialogan diariamente conmigo. Algunos me repiten: "no vuelvas a equivocarte"; otros dicen "no bajes los brazos que aún queda mucho por hacer". Será por eso que no me deshago de ellos. Se convierten mágicamente en recuerdos, motivos y reservorio de anécdotas que están allí para darme fuerzas y seguir.
Algunas cosas parecen volver a suceder; cada tanto, situaciones con gusto a recuerdos del futuro se instalan en mi camino y tengo la sensación de estar viviendo ciclos de los cuales quizás ya no pueda escapar. Otra vez, algún fracaso me obliga a retroceder varios casilleros y detenerme a pensar como he de sortear el nuevo obstáculo.
Esa manía de abrir viejos cajones para hurgar en los rincones y encontrar nuevas formas de ver el mundo; el "mundo", ese gran misterio que me desvela tratando de entenderlo; hace un tiempo que no me conformo con solo ser parte de él y necesito comprenderlo y, en lo posible, modificarlo aunque sea minimamente. Por el momento el mundo que ha sido modificado en los últimos años, fue el interior. Varias situaciones fueron las responsables de los cambios en mí; no tiene sentido atribuirles grados de importancia ya que el más insignificante suceso pudo haber causado eco en mi manera de pensar. Nunca antes había tenido un ídolo, un ejemplo de persona al cual querer seguir o semejarme. Quizá porque no me sentía identificado con nadie. Pero un día empecé a interesarme un poco más en su vida. De pronto mis ideas y sentimientos encontraron un espejo donde se reconocían, y aquellos huracanes de pensamientos desconectados pudieron comenzar a ordenarse para concentrar sus energías y orientar mis pasos.
El ser humano como entidad viviente nace en el momento que es concebido. La persona o individuo creo que comienza su existencia al tener conciencia de su vida y ser capaz de orientar sus acciones, dejando de ser una hoja que arrastra el viento. En tal caso creo que habré nacido por 1998. Mis borceguitos y mochila ya venían juntando tierra del camino hace algunos años. Fueron los primeros años de aprendizaje nuevo los que permitieron el desprendimiento de un pasado casi inerte, vacío de recuerdos interesantes, de vida social casi nula. Aquellos años de guardapolvo blanco, hasta cierto punto fueron costosos por lo cual creo que no poseo grandes anécdotas, ni mantengo relación con los antiguos compañeros de banco. Cada tanto me pregunto que será de sus vidas, pero eso es todo. Solo por curiosidad. Alguna huella habrá quedado de aquellos años, pero no es tan palpable como para que pueda verla.
El paso por la escuela secundaria tuvo un poco más de interés, y claro, eran otras las ventajas, pero también eran otros los problemas. Además se sumaban a los que ya arrastraba de antes, pero aún así se pudo sacarle el jugo a esos 5 años.
No entendía demasiado bien que hacía, y por qué debería estar dentro de un establecimiento para aprender cosas. La mayoría de los temas me daban curiosidad y no tenía inconveniente en el aprendizaje de lo que fuera. La poca exigencia de los encargados del saber, en ese tiempo me otorgaba cierta ventaja para evitarme problemas de aplazos. Hoy es el día que lamento mucho eso.
Recuerdo interesante del final del último año del secundario es el de haber optado no estudiar en lo más mínimo para un examen de Economía. La sorpresa del profesor, que a la vez era el director del colegio, al verme entregar el papel en blanco. Nunca supo cual fue la razón de aquella extravagante acción. Solo un "no pude estudiar" fue suficiente para tapar las ganas que tenía de llevar una materia a marzo solo para experimentar lo que se sentía.
Al termino de aquel ciclo me sentí nueva-mente, en cierta forma, desprotegido y no tenía razones por las cuales estudiar. Casi por obligación de tener que seguir estudiando algo, ingresé a la universidad con rumbo a la carrera de "Análisis de Sistemas". Sin haber formado parte del grupo que decidía mi destino, de repente me vi sentado en nuevos bancos, nuevas aulas, rodeado por nuevas personas pero con la sensación de no estar convencido de mi estadía en ese lugar. La incertidumbre de mis padres sobre lo que más pudiera convenirme hizo que siguieran los consejos de aquellos profesores que guiaron mis pasos unos años antes. Pero luego de haberme dado cuenta de algunas limitaciones, decidí no seguir con algo que no me interesaba. La primera decisión seria de mi vida me acercó a esta nueva carrera, de la cual en ese momento tampoco tenía mucha información. Mi gusto por el dibujo fue suficiente para inclinarme hacia el diseño gráfico.
A media que subía los escalones hacia los talleres iba descubriendo cosas que indicaban que no había elegido mal. Los primeros años, entre témperas y papeles de colores, fueron de gran valor pues encontré una forma de poder expresarme. Pero tantos colores y formas nuevas me tapaban el horizonte; aquel horizonte donde se acomodaban unas nubes oscuras que daban forma a la tormenta que se desataría unos años mas tarde. El viento comenzaba a soplar a medida que las hojas blancas se iban acabando, los pomos de témpera y acrílicos quedaban vacíos y los lápices se mareaban de tanto girar en el cubo de metal. Las tomas de decisiones y justificaciones demandadas fueron ganando terreno a la expresión artística que se manifestaba de una manera espontánea. El olor a tierra mojada ya no daba lugar a dudas: iba a tener que buscar refugio y decidir mi nuevo rumbo o, enfrentarme a la tormenta.
Una vez más las voces discutían en medio de la oscuridad. Voces que parecían adormecidas por el paso del tiempo, vuelven a postular sus verdades. Ellas no dormían, solo escuchaban al resto hasta que vieron el momento preciso para hablar, para manifestarse, para nuevamente generar el debate, la crítica y la charla que pudiera arrojar luz sobre el camino a seguir. Cada día que pasa se suman nuevas voces con sus verdades (quizás erróneas) a cuestas; vienen a poner en tela de juicio las realidades del grupo anterior. ¿Cuál de todas esas personalidades que viven dentro de mí será portadora de la verdad de mi vida? No lo sé, ni intento saberlo; solo dejo que ellas solas encuentren la manera de llegar a un acuerdo, cediendo unas, callando otras y dejando a las más aventureras y osadas llevar el mando de mis acciones.
Por aquellos días del `95 se hizo presente la primera posibilidad de recorrer los caminos de Córdoba con un amigo, y separarme por primera vez de mi familia en vísperas de vacaciones. Aquella experiencia marcó mi relación, de una vez y para siempre, con la naturaleza, quien se presentó ante mis ojos en todo su esplendor. Expectativas de acampar en el cerro Uritorco. El peso de la mochila y la carpa. La dudosa calidad de aquella carpa, que a su vez fuera factor importante en la desgracia. La inexperiencia que nos acompañaba mientras caminábamos, pero que no veíamos. El temporal que mojaba nuestros días y noches. El fuerte viento que demostró la débil estructura de la carpa. La cueva salvadora donde pudimos refugiarnos durante tres noches con otros cuatro aventureros que estaban en la misma situación. Los momentos gratos, las risas y el frío que nos acompañaron esos días. La escasa comida y la maravillosa experiencia de poder compartir cada trozo de pan húmedo y chocolate con aquellos desconocidos que nos acercó la situación. El darse cuenta de cuáles son las cosas valiosas de la vida y poder discernir entre ellas y el resto que solo son superficiales, fue en aquel momento el mejor aprendizaje. Luego los bomberos y sus perros rastreadores. La bajada del cerro y la noticia de que no éramos los únicos allá arriba. Las cámaras de TV. Las mil anécdotas y como fondo, ella: NATURA, quien con su mano de agua y viento nos arrancó la carpa y quiso que la conozcamos cara a cara, que la palpemos y que tomemos una lección que nos duraría toda la vida. Nunca antes había estado ante algo tan inmenso, tan hermoso y con tanta energía como en esa ocasión.
Los años posteriores, al acercarse el tiempo de vacaciones, mi índice recorría los diferentes colores de los mapas para seleccionar el nuevo rumbo donde podría encontrarla nuevamente, para que me hiciera vibrar como en esa oportunidad.
Transcurrido un año de aquella húmeda experiencia, ya me encontraba cursando en la universidad, donde tuve que enfrentar a la tormenta interna, mucho más intensa y difícil de dominar. Los portavoces de las verdades facultativas que evaluaban mis procesos, poseían formas de pensar y ver el mundo que no coincidían del todo con los míos, por lo cual comencé a des-confiar de aquellos guías en los que depositaba mi esperanza. Ello me llevó a reconsiderar mi situación dentro de la universidad ya que no encontraba a mí alrededor personas y mentes en las cuales confiar. Un sentimiento de negación y crítica constante me paralizaba las piernas y quedé sin avanzar demasiado durante un par de años. Para ayudar a esa parálisis, se ha-cían presente docentes y personas que fomentaban mi bronca hacia la profesión, ya que eran la encarnación de un espíritu egoísta e individualista al cual no pretendía acercarme. Gran error mío fue el haber asociado la profesión con ese espíritu abominable. Como un trago de agua fresca y pura, llegó el 2002 con sus nuevos vientos de cambio y comencé a perfilar mi nueva posición en el mundo. Un casi espontáneo viaje a tierras bolivianas y peruanas fue un buen comienzo para acercarme a la calidez humana. Gran diferencia vivía con respecto al viaje anterior donde tuve la oportunidad de cruzar el gran océano para conocer las tierras sudafricanas. Ese mismo año se realizó el Foro Social Mundial en Buenos Aires, y yo que nunca antes me había acercado a éstas cuestiones, por primera vez, y sin que nadie dirigiera mis pasos, me acerqué durante dos días a escuchar, a conocer, a abrirme a un campo nuevo. Rápidamente se fueron multiplicando las experiencias nuevas en las cuestiones sociales. Allí tuve contacto con integrantes de los Pueblos Originarios que llevan una clase de vida más comunitaria, menos egoísta e individualista. Me enteré de sus luchas, de su pensamiento y forma de ver el mundo, lo cual influyó de manera fuerte sobre mi personalidad.
Los viajes han detenido su tentativa de llevarme lejos, pero ya volverán los tiempos para reencontrarme con la Pachamama, quizás en alguna forma más definitiva. Por el momento necesitamos terminar de construir nuestro ámbito nuevo y detenernos a descansar un tiempo, alejarse del ritmo alocado de la vida ciudadana para recuperar un poco el equilibrio mental y sentimental.
Búsqueda de equilibrio. Armonía y sosiego necesita el alma del caminante para poder ver en la oscuridad de la noche sin luna. Evolución del alma no tiene, ni sabe de tiempos ni razones. El sonido del viento, el canto del agua bajando por las piedras y el calor de la luz astral, es el tesoro que ambiciona el alma. Todo aquello que me aleje de esos simples placeres, son parte de mis cuestionamientos en las horas de soledad. Por el momento he decidido retornar a las consignas universitarias, a pesar de las contradicciones que surjan de ellas. Es necesario terminar un ciclo para poder comenzar uno nuevo con más experiencia y con la facultad de poder discernir cada vez más.
De todos los momentos vividos los últimos años he podido extraer sabiduría, por lo cual no desprecio ni siquiera los fracasos, que en última instancia deben ser de los que más aprende uno.
Leonardo May (Autobiografía)

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