Se comenta en el barrio: "el gordo era bueno".
Oriundo de Entre Ríos, Celestino Vergara ("el gordo", para quienes llegaron a conocerlo) era una persona como pocas. En las altas horas de la noche, mientras los vecinos dormían placidamente (porque sabían que "el gordo" protegía sus descansos), se podía observar su figura corpulenta y solitaria en las amplias esquinas del barrio, sin embargo esa soledad nocturna se desvanecía durante el día pues siempre se lo veía charlando con alguien, intercambiando opiniones o contando alguna anécdota, y especialmente ayudando a las personas que tanto cariño le brindaban.
Su contextura física lo hizo portador del apodo con el cual se lo conocía en todo Caseros: "el gordo", claro que las abuelas del barrio atadas a tradiciones italianas o gallegas, demostraban su respeto a través de un "Don Celestino". El metro setenta y, en perfecta armonía, sus casi ciento diez kilos, eran razón suficiente para otorgarle cierta presencia esférica, sobre todo porque la panza dominaba la escena extendiéndose hacia los costados de manera uniforme. Este hombre de brazos cortos y hombros caídos (pero con bastante masa muscular), tuvo una adolescencia campestre donde el trabajo no escaseaba y una completa alimentación era más que necesaria. Los ojos color ámbar parecían encenderse sobre el fondo de su piel tostada y otorgaban a su rostro esa ternura propia de la gente de campo, sin embargo cuando se trataba de reprender a alguien, la expresión de su cara cambiaba radicalmente y se transformaba en una roca que demandaba respeto e infundía temor. Entre sus dos prominentes pómulos descansaban una ancha nariz morena y un enorme y tupido bigote que llegaba a cubrir sus labios superiores. En la frente tenía una pequeña cicatriz y debajo de la patilla izquierda, dos grandes lunares.
Sobre sus sienes fueron ganando lugar, casi sin permiso, las primeras canas que parecían destellos plateados en medio de su renegrido cabello. Estas nieves que evidenciaban sus cuarenta y tantos inviernos, estaban ocultas la mayor parte del tiempo porque siempre llevaba puesta su gorra reglamentaria con orgullo y firmeza; debido a su gran cabeza, aquella era de un tamaño considerable.
Celestino había llegado de Entre Ríos en busca de trabajo con el cual poder mantener a Elvira, su madre. Gracias a los favores de un tío político ingresó a la policía bonaerense y desempeñó sus tareas de una manera impecable durante más de dieciocho años. Un confuso episodio impidió que le otorgaran un ascenso en el cuerpo policial y ante semejante manifestación de injusticia, Celestino decidió abandonar la fuerza y retornar a Entre Ríos a pasar sus días junto a su madre."El gordo era bueno.... ", se comenta aún en el barrio.
Oriundo de Entre Ríos, Celestino Vergara ("el gordo", para quienes llegaron a conocerlo) era una persona como pocas. En las altas horas de la noche, mientras los vecinos dormían placidamente (porque sabían que "el gordo" protegía sus descansos), se podía observar su figura corpulenta y solitaria en las amplias esquinas del barrio, sin embargo esa soledad nocturna se desvanecía durante el día pues siempre se lo veía charlando con alguien, intercambiando opiniones o contando alguna anécdota, y especialmente ayudando a las personas que tanto cariño le brindaban.
Su contextura física lo hizo portador del apodo con el cual se lo conocía en todo Caseros: "el gordo", claro que las abuelas del barrio atadas a tradiciones italianas o gallegas, demostraban su respeto a través de un "Don Celestino". El metro setenta y, en perfecta armonía, sus casi ciento diez kilos, eran razón suficiente para otorgarle cierta presencia esférica, sobre todo porque la panza dominaba la escena extendiéndose hacia los costados de manera uniforme. Este hombre de brazos cortos y hombros caídos (pero con bastante masa muscular), tuvo una adolescencia campestre donde el trabajo no escaseaba y una completa alimentación era más que necesaria. Los ojos color ámbar parecían encenderse sobre el fondo de su piel tostada y otorgaban a su rostro esa ternura propia de la gente de campo, sin embargo cuando se trataba de reprender a alguien, la expresión de su cara cambiaba radicalmente y se transformaba en una roca que demandaba respeto e infundía temor. Entre sus dos prominentes pómulos descansaban una ancha nariz morena y un enorme y tupido bigote que llegaba a cubrir sus labios superiores. En la frente tenía una pequeña cicatriz y debajo de la patilla izquierda, dos grandes lunares.
Sobre sus sienes fueron ganando lugar, casi sin permiso, las primeras canas que parecían destellos plateados en medio de su renegrido cabello. Estas nieves que evidenciaban sus cuarenta y tantos inviernos, estaban ocultas la mayor parte del tiempo porque siempre llevaba puesta su gorra reglamentaria con orgullo y firmeza; debido a su gran cabeza, aquella era de un tamaño considerable.
Celestino había llegado de Entre Ríos en busca de trabajo con el cual poder mantener a Elvira, su madre. Gracias a los favores de un tío político ingresó a la policía bonaerense y desempeñó sus tareas de una manera impecable durante más de dieciocho años. Un confuso episodio impidió que le otorgaran un ascenso en el cuerpo policial y ante semejante manifestación de injusticia, Celestino decidió abandonar la fuerza y retornar a Entre Ríos a pasar sus días junto a su madre."El gordo era bueno.... ", se comenta aún en el barrio.
Leonardo May (Retrato)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario