miércoles, agosto 16, 2006

Desde abajo.

Sobre un piso marrón deslucido, a sólo unos metros de aquellos ventanales que lo separan de la nocturna ciudad, descansa un pequeño conjunto de objetos de diversos materiales, texturas, colores y formas, dispuestos en sentido vertical y de manera asimétrica porque sus diferentes volúmenes facilitan ese tipo de organización.
Al ras del piso un pequeño cuadro rectangular en posición vertical, se recuesta sobre el pie del atril metálico que sirve de apoyo al grupo de objetos; sin embargo tres de ellos no se contactan con él porque se encuentran colgados del borde derecho de una obra pictórica de mayor tamaño ubicada en la parte superior de aquel.
En el espacio que existe entre el cuadro superior y el inferior, se ubica una paleta de pintor en cuya superficie de madera se reconocen los restos de varias pinturas (óleos, témperas o acrílicos) entremezcladas de manera azarosa. La forma casi oval de dicha paleta, que cuelga de una perilla que posee el atril cuya función es regular su altura, contrasta con las formas rectangulares de ambas obras artísticas y además recibe una tenue sombra que se proyecta desde la superficie del cuadro ubicado justo arriba de ella.
En el lienzo superior los colores suaves, con gran presencia del blanco y del vacío en la composición general, caracterizan la obra, que se diferencia de la representación abstracta ubicada más abajo porque ésta posee colores más intensos que forman planos y líneas bien definidas y no dejan espacios libres en la superficie del lienzo. En aquella obra ubicada arriba se observan dos figuras humanas enfrentadas, agachadas, con una pierna apoyada en el piso y la otra flexionada, las manos en sus cinturas y el torso recto sacando el pecho hacia adelante. Los rostros no tienen definición pero la morfología de los cuerpos nos muestra que se trata de figuras masculinas. Se encuentran representadas con la técnica del puntillismo o impresionista.
En el borde derecho de ese mismo cuadro hallamos: un collar de perlas blancas, un bolsito de mujer tejido de color lila y un pequeño lienzo de color marrón. Las perlas del collar no son auténticas porque sus brillos delatan el componente plástico que posee la imitación.
Leonardo May (Descripción)

Los ojos de Felix.

Caía la noche. Lentamente las calles se fueron vaciando y aquellas tumultuosas y trajeadas presencias se retiraron de la escena dejando, una vez más, las esquirlas de un arduo día de combate financiero. La mortecina luz del farol de la esquina iluminaba el húmedo pavimento mientras los últimos automóviles desaparecían entre las sombras. En aquel paisaje del microcentro porteño no abundan las casas de familia, solamente edificios de oficinas que palpitan durante el día y se inundan de soledad por la noche; sin embargo existen personas como Don Félix que debido a su empleo no puede pensar en una vida alejada de ese ámbito.
Esa noche todo parecía normal y ningún acontecimiento perturbó su pensamiento; algo raro porque Félix era un hombre muy atento a todo lo que sucedía a su alrededor y el más mínimo suceso le llamaba la atención. En ese desdichado momento quizás estaba pensando en su hijo, al que no veía hace años y al cual extraña cada vez más. Una bolsa negra en cada mano le ayudaba a mantener el equilibrio a lo largo del pasillo pero a la vez lo obligaba a mantener la puerta abierta con el pie para poder salir a la calle.
-¿Le ayudo, jefe?, habría pronunciado aquella figura que Félix no vio llegar y que de repente salió del rincón más oscuro y vengativo de la ciudad-. Al darse vuelta sintió que su mundo se partía en dos y ante la rapidez con que aquel hombre dominó la situación no tuvo oportunidad de reaccionar.
Luego de dejar en el suelo las dos últimas bolsas de basura que diariamente sacaba, la noche se hizo más oscura para él pues su estómago sirvió de apoyo al arma que aquel sorpresivo hombre llevaba en su mano. Lamentándose por no haber sido más cuidadoso, obedeció sin titubear las indicaciones del intruso y en menos de cinco minutos le habría entregado las llaves de las principales oficinas de aquel edificio que tanto cuidaba, pero que en ese momento fue víctima de uno de los tantos saqueos que se producían en la zona.
Frente a la puerta de entrada se detuvo silenciosamente una camioneta Traffic, desde la cual descendieron tres hombres más, todos vestidos con camperas pertenecientes a una empresa de mudanzas y, luego, de asegurarse que en el edificio estaba solamente el encargado, comenzaron su tarea.
Durante casi cuatro horas Félix estuvo atado a una silla frente a la puerta de uno de los cuatro ascensores por los cuales los intrusos bajaban cajas cargadas con objetos, papeles y computadoras. Una mezcla de tristeza, amargura e impotencia se asomaba por los claros ojos de Félix quien no podía hacer otra cosa que contemplar aquella escena de piratería.
Luego de varias idas y vueltas los hombres dieron por concluida su misión y sin demorarse demasiado desaparecieron en medio del silencio nocturno, único testigo del delito. Félix quedó sentado en una habitación donde los criminales lo encerraron antes de huir, esperando que alguien llegase y lo desatara, pero aún faltaban un par de largas horas para eso; entonces trató de alcanzar el teléfono pero fue inútil el esfuerzo realizado. Afuera la llovizna seguía cayendo indefinidamente mientras las primeras luces del alba se demoraban en aparecer.
Leonardo May (Ficcionalización de un hecho real)

Celestino Vergara, "El Gordo".

Se comenta en el barrio: "el gordo era bueno".
Oriundo de Entre Ríos, Celestino Vergara ("el gordo", para quienes llegaron a conocerlo) era una persona como pocas. En las altas horas de la noche, mientras los vecinos dormían placidamente (porque sabían que "el gordo" protegía sus descansos), se podía observar su figura corpulenta y solitaria en las amplias esquinas del barrio, sin embargo esa soledad nocturna se desvanecía durante el día pues siempre se lo veía charlando con alguien, intercambiando opiniones o contando alguna anécdota, y especialmente ayudando a las personas que tanto cariño le brindaban.
Su contextura física lo hizo portador del apodo con el cual se lo conocía en todo Caseros: "el gordo", claro que las abuelas del barrio atadas a tradiciones italianas o gallegas, demostraban su respeto a través de un "Don Celestino". El metro setenta y, en perfecta armonía, sus casi ciento diez kilos, eran razón suficiente para otorgarle cierta presencia esférica, sobre todo porque la panza dominaba la escena extendiéndose hacia los costados de manera uniforme. Este hombre de brazos cortos y hombros caídos (pero con bastante masa muscular), tuvo una adolescencia campestre donde el trabajo no escaseaba y una completa alimentación era más que necesaria. Los ojos color ámbar parecían encenderse sobre el fondo de su piel tostada y otorgaban a su rostro esa ternura propia de la gente de campo, sin embargo cuando se trataba de reprender a alguien, la expresión de su cara cambiaba radicalmente y se transformaba en una roca que demandaba respeto e infundía temor. Entre sus dos prominentes pómulos descansaban una ancha nariz morena y un enorme y tupido bigote que llegaba a cubrir sus labios superiores. En la frente tenía una pequeña cicatriz y debajo de la patilla izquierda, dos grandes lunares.
Sobre sus sienes fueron ganando lugar, casi sin permiso, las primeras canas que parecían destellos plateados en medio de su renegrido cabello. Estas nieves que evidenciaban sus cuarenta y tantos inviernos, estaban ocultas la mayor parte del tiempo porque siempre llevaba puesta su gorra reglamentaria con orgullo y firmeza; debido a su gran cabeza, aquella era de un tamaño considerable.
Celestino había llegado de Entre Ríos en busca de trabajo con el cual poder mantener a Elvira, su madre. Gracias a los favores de un tío político ingresó a la policía bonaerense y desempeñó sus tareas de una manera impecable durante más de dieciocho años. Un confuso episodio impidió que le otorgaran un ascenso en el cuerpo policial y ante semejante manifestación de injusticia, Celestino decidió abandonar la fuerza y retornar a Entre Ríos a pasar sus días junto a su madre."El gordo era bueno.... ", se comenta aún en el barrio.
Leonardo May (Retrato)

El alma del caminante

El pino verde. El sonido del viento. La luz del sol. Una ventana entreabierta. Un equipo de música que disimula su edad al mantener intactas sus funciones. El turboventilador prestado por ese vecino generoso. Un radiador eléctrico, producto de una compra de garage. La pila de libros desordenados que fueron cayendo sobre la mesa de luz a medida que acababa su turno de lectura. La estructura de un tablero viejo de dibujo adquirido al ingresar a la universidad. El llamador de ángeles con símbolos orientales que acompaña pensamientos en aquellas noches ventosas. Un cazador de sueños, regalo de una novia compañera que aún llena mis días. Una cómoda provenzal, obsequio inesperado que encontramos aquel día en que el empleado de la inmobiliaria, nos entregó las llaves de la casa que acabábamos de adquirir. Dos mesitas de luz del mismo juego provenzal que noche a noche parecen preguntarme ¿dónde has dejado el ropero?. Ropa totalmente acomodada por la mano del azar. Aquel almanaque colgado en el rincón, con su imagen de niños peruanos que permiten revivir uno de mis más emotivos viajes. Discos compactos de gran variedad de intérpretes y géneros musicales que esperan ser escuchados; esos mismos discos que, a modo de lotería, coinciden cada tanto con mis estados de ánimo, lo cual les otorga la posibilidad de sonar por algunos minutos. En medio de ese universo heterogéneo de objetos, recuerdos, historias y las manchas de humedad, se encuentra casi a nivel del suelo el colchón; ese colchón que espera día a día que llegue y me acueste para darle sentido a su existencia, o quizás espera a que me despierte y me vaya para poder descansar él también. No lo sé. Los objetos que me rodean dialogan diariamente conmigo. Algunos me repiten: "no vuelvas a equivocarte"; otros dicen "no bajes los brazos que aún queda mucho por hacer". Será por eso que no me deshago de ellos. Se convierten mágicamente en recuerdos, motivos y reservorio de anécdotas que están allí para darme fuerzas y seguir.
Algunas cosas parecen volver a suceder; cada tanto, situaciones con gusto a recuerdos del futuro se instalan en mi camino y tengo la sensación de estar viviendo ciclos de los cuales quizás ya no pueda escapar. Otra vez, algún fracaso me obliga a retroceder varios casilleros y detenerme a pensar como he de sortear el nuevo obstáculo.
Esa manía de abrir viejos cajones para hurgar en los rincones y encontrar nuevas formas de ver el mundo; el "mundo", ese gran misterio que me desvela tratando de entenderlo; hace un tiempo que no me conformo con solo ser parte de él y necesito comprenderlo y, en lo posible, modificarlo aunque sea minimamente. Por el momento el mundo que ha sido modificado en los últimos años, fue el interior. Varias situaciones fueron las responsables de los cambios en mí; no tiene sentido atribuirles grados de importancia ya que el más insignificante suceso pudo haber causado eco en mi manera de pensar. Nunca antes había tenido un ídolo, un ejemplo de persona al cual querer seguir o semejarme. Quizá porque no me sentía identificado con nadie. Pero un día empecé a interesarme un poco más en su vida. De pronto mis ideas y sentimientos encontraron un espejo donde se reconocían, y aquellos huracanes de pensamientos desconectados pudieron comenzar a ordenarse para concentrar sus energías y orientar mis pasos.
El ser humano como entidad viviente nace en el momento que es concebido. La persona o individuo creo que comienza su existencia al tener conciencia de su vida y ser capaz de orientar sus acciones, dejando de ser una hoja que arrastra el viento. En tal caso creo que habré nacido por 1998. Mis borceguitos y mochila ya venían juntando tierra del camino hace algunos años. Fueron los primeros años de aprendizaje nuevo los que permitieron el desprendimiento de un pasado casi inerte, vacío de recuerdos interesantes, de vida social casi nula. Aquellos años de guardapolvo blanco, hasta cierto punto fueron costosos por lo cual creo que no poseo grandes anécdotas, ni mantengo relación con los antiguos compañeros de banco. Cada tanto me pregunto que será de sus vidas, pero eso es todo. Solo por curiosidad. Alguna huella habrá quedado de aquellos años, pero no es tan palpable como para que pueda verla.
El paso por la escuela secundaria tuvo un poco más de interés, y claro, eran otras las ventajas, pero también eran otros los problemas. Además se sumaban a los que ya arrastraba de antes, pero aún así se pudo sacarle el jugo a esos 5 años.
No entendía demasiado bien que hacía, y por qué debería estar dentro de un establecimiento para aprender cosas. La mayoría de los temas me daban curiosidad y no tenía inconveniente en el aprendizaje de lo que fuera. La poca exigencia de los encargados del saber, en ese tiempo me otorgaba cierta ventaja para evitarme problemas de aplazos. Hoy es el día que lamento mucho eso.
Recuerdo interesante del final del último año del secundario es el de haber optado no estudiar en lo más mínimo para un examen de Economía. La sorpresa del profesor, que a la vez era el director del colegio, al verme entregar el papel en blanco. Nunca supo cual fue la razón de aquella extravagante acción. Solo un "no pude estudiar" fue suficiente para tapar las ganas que tenía de llevar una materia a marzo solo para experimentar lo que se sentía.
Al termino de aquel ciclo me sentí nueva-mente, en cierta forma, desprotegido y no tenía razones por las cuales estudiar. Casi por obligación de tener que seguir estudiando algo, ingresé a la universidad con rumbo a la carrera de "Análisis de Sistemas". Sin haber formado parte del grupo que decidía mi destino, de repente me vi sentado en nuevos bancos, nuevas aulas, rodeado por nuevas personas pero con la sensación de no estar convencido de mi estadía en ese lugar. La incertidumbre de mis padres sobre lo que más pudiera convenirme hizo que siguieran los consejos de aquellos profesores que guiaron mis pasos unos años antes. Pero luego de haberme dado cuenta de algunas limitaciones, decidí no seguir con algo que no me interesaba. La primera decisión seria de mi vida me acercó a esta nueva carrera, de la cual en ese momento tampoco tenía mucha información. Mi gusto por el dibujo fue suficiente para inclinarme hacia el diseño gráfico.
A media que subía los escalones hacia los talleres iba descubriendo cosas que indicaban que no había elegido mal. Los primeros años, entre témperas y papeles de colores, fueron de gran valor pues encontré una forma de poder expresarme. Pero tantos colores y formas nuevas me tapaban el horizonte; aquel horizonte donde se acomodaban unas nubes oscuras que daban forma a la tormenta que se desataría unos años mas tarde. El viento comenzaba a soplar a medida que las hojas blancas se iban acabando, los pomos de témpera y acrílicos quedaban vacíos y los lápices se mareaban de tanto girar en el cubo de metal. Las tomas de decisiones y justificaciones demandadas fueron ganando terreno a la expresión artística que se manifestaba de una manera espontánea. El olor a tierra mojada ya no daba lugar a dudas: iba a tener que buscar refugio y decidir mi nuevo rumbo o, enfrentarme a la tormenta.
Una vez más las voces discutían en medio de la oscuridad. Voces que parecían adormecidas por el paso del tiempo, vuelven a postular sus verdades. Ellas no dormían, solo escuchaban al resto hasta que vieron el momento preciso para hablar, para manifestarse, para nuevamente generar el debate, la crítica y la charla que pudiera arrojar luz sobre el camino a seguir. Cada día que pasa se suman nuevas voces con sus verdades (quizás erróneas) a cuestas; vienen a poner en tela de juicio las realidades del grupo anterior. ¿Cuál de todas esas personalidades que viven dentro de mí será portadora de la verdad de mi vida? No lo sé, ni intento saberlo; solo dejo que ellas solas encuentren la manera de llegar a un acuerdo, cediendo unas, callando otras y dejando a las más aventureras y osadas llevar el mando de mis acciones.
Por aquellos días del `95 se hizo presente la primera posibilidad de recorrer los caminos de Córdoba con un amigo, y separarme por primera vez de mi familia en vísperas de vacaciones. Aquella experiencia marcó mi relación, de una vez y para siempre, con la naturaleza, quien se presentó ante mis ojos en todo su esplendor. Expectativas de acampar en el cerro Uritorco. El peso de la mochila y la carpa. La dudosa calidad de aquella carpa, que a su vez fuera factor importante en la desgracia. La inexperiencia que nos acompañaba mientras caminábamos, pero que no veíamos. El temporal que mojaba nuestros días y noches. El fuerte viento que demostró la débil estructura de la carpa. La cueva salvadora donde pudimos refugiarnos durante tres noches con otros cuatro aventureros que estaban en la misma situación. Los momentos gratos, las risas y el frío que nos acompañaron esos días. La escasa comida y la maravillosa experiencia de poder compartir cada trozo de pan húmedo y chocolate con aquellos desconocidos que nos acercó la situación. El darse cuenta de cuáles son las cosas valiosas de la vida y poder discernir entre ellas y el resto que solo son superficiales, fue en aquel momento el mejor aprendizaje. Luego los bomberos y sus perros rastreadores. La bajada del cerro y la noticia de que no éramos los únicos allá arriba. Las cámaras de TV. Las mil anécdotas y como fondo, ella: NATURA, quien con su mano de agua y viento nos arrancó la carpa y quiso que la conozcamos cara a cara, que la palpemos y que tomemos una lección que nos duraría toda la vida. Nunca antes había estado ante algo tan inmenso, tan hermoso y con tanta energía como en esa ocasión.
Los años posteriores, al acercarse el tiempo de vacaciones, mi índice recorría los diferentes colores de los mapas para seleccionar el nuevo rumbo donde podría encontrarla nuevamente, para que me hiciera vibrar como en esa oportunidad.
Transcurrido un año de aquella húmeda experiencia, ya me encontraba cursando en la universidad, donde tuve que enfrentar a la tormenta interna, mucho más intensa y difícil de dominar. Los portavoces de las verdades facultativas que evaluaban mis procesos, poseían formas de pensar y ver el mundo que no coincidían del todo con los míos, por lo cual comencé a des-confiar de aquellos guías en los que depositaba mi esperanza. Ello me llevó a reconsiderar mi situación dentro de la universidad ya que no encontraba a mí alrededor personas y mentes en las cuales confiar. Un sentimiento de negación y crítica constante me paralizaba las piernas y quedé sin avanzar demasiado durante un par de años. Para ayudar a esa parálisis, se ha-cían presente docentes y personas que fomentaban mi bronca hacia la profesión, ya que eran la encarnación de un espíritu egoísta e individualista al cual no pretendía acercarme. Gran error mío fue el haber asociado la profesión con ese espíritu abominable. Como un trago de agua fresca y pura, llegó el 2002 con sus nuevos vientos de cambio y comencé a perfilar mi nueva posición en el mundo. Un casi espontáneo viaje a tierras bolivianas y peruanas fue un buen comienzo para acercarme a la calidez humana. Gran diferencia vivía con respecto al viaje anterior donde tuve la oportunidad de cruzar el gran océano para conocer las tierras sudafricanas. Ese mismo año se realizó el Foro Social Mundial en Buenos Aires, y yo que nunca antes me había acercado a éstas cuestiones, por primera vez, y sin que nadie dirigiera mis pasos, me acerqué durante dos días a escuchar, a conocer, a abrirme a un campo nuevo. Rápidamente se fueron multiplicando las experiencias nuevas en las cuestiones sociales. Allí tuve contacto con integrantes de los Pueblos Originarios que llevan una clase de vida más comunitaria, menos egoísta e individualista. Me enteré de sus luchas, de su pensamiento y forma de ver el mundo, lo cual influyó de manera fuerte sobre mi personalidad.
Los viajes han detenido su tentativa de llevarme lejos, pero ya volverán los tiempos para reencontrarme con la Pachamama, quizás en alguna forma más definitiva. Por el momento necesitamos terminar de construir nuestro ámbito nuevo y detenernos a descansar un tiempo, alejarse del ritmo alocado de la vida ciudadana para recuperar un poco el equilibrio mental y sentimental.
Búsqueda de equilibrio. Armonía y sosiego necesita el alma del caminante para poder ver en la oscuridad de la noche sin luna. Evolución del alma no tiene, ni sabe de tiempos ni razones. El sonido del viento, el canto del agua bajando por las piedras y el calor de la luz astral, es el tesoro que ambiciona el alma. Todo aquello que me aleje de esos simples placeres, son parte de mis cuestionamientos en las horas de soledad. Por el momento he decidido retornar a las consignas universitarias, a pesar de las contradicciones que surjan de ellas. Es necesario terminar un ciclo para poder comenzar uno nuevo con más experiencia y con la facultad de poder discernir cada vez más.
De todos los momentos vividos los últimos años he podido extraer sabiduría, por lo cual no desprecio ni siquiera los fracasos, que en última instancia deben ser de los que más aprende uno.
Leonardo May (Autobiografía)

Arameo o Amadeo

Arameo o Amadeo escuchó sonar y sonar y sonar el teléfono. Esperó, lo escuchó sonar más y más. Insiste. Contó los infinitos rings, atendió. Escuchó las palabras, una por una, las esperaba hace tiempo. Vivir en la oscuridad. Colgó. Salió. No sabía dónde iba, pero tenía la necesidad de estar yendo.
El viejo y el mar lo acompañaron todo el trayecto. No entendía cómo podían estar los dos flotando cada uno sobre sus hombros y mantenerse tan callados. Ese viejo, montando una silla mecedora, el mar picado, engañoso. Negro. La fábula del viejo y el mar. Miraba sobre su hombro, hacia el atrás, asustado. Y ahora, ¿que pasaría ahora?. Lo mismo que pasaba ahora, antes y después. Nada.
Entonces el dolor se tornó insoportable, sintió como sus rodillas se quebraban en el asfalto de la avenida atestada de autos sin conductores. Las escuchó sangrar. Una mano, toca el suelo. Otra mano toca más fuerte y se desparrama. Llora. Otra mano, una mano más blanda, blanca, casi de algodón. No llora, sonríe. Una risa tibia.
Lo levanta y lo toma en brazos. Lo besa con labios húmedos, arrugados. Lo mancha en la mejilla con un rojo rubí. El niño se limpia rápidamente con desdén.
- Arameo, cuantas veces te tengo que repetir que no camines con los ojos cerrados si no vas de mi mano.- su voz le acarició el rostro escondido entre lágrimas secas. Roce de una brisa veraniega en la húmeda ciudad de buenos aires.
- Es verdad, cada vez estoy más perdido en mí mismo, casi a veces no puedo abrir los ojos.
- Entonces no los abras.
Por un momento las luces de los autos dejaron de correr y se alinearon todas enfocando hacia el rostro de aquella mujer. Pálido y acanalado. Arameo o Amadeo la miró. El paso feroz de estos diez años sin verse había cambiado nada en ella. Por lo menos en su aspecto.
Se deslizó por un recóndito surco de piel que desembocaba en el iris perfecto de su ojo izquierdo. Cuando niño creía que ese era el color de los abismos del más allá en lo profundo del mar, donde habitan los celacantos. Fósiles vivientes disfrazados de peces ciegos, seres orgánicos de antes del antes, con cuerpos cubiertos de escamas cicloideas y cabezas acorazadas. Sus aletas, pedunculadas. Sus mentes, poderosas cavidades de almacenamiento ilimitado. Coleccionan recuerdos, historias, pesadillas, anhelos. Exhiben en sus vientres las cicatrices de todos los amores truncados de la humanidad, que caen, flotan, se sumergen lentamente dentro de las fauces del abismo. Sobre los cuencos vacíos de sus ojos de pez llevan, con desdicha, el signo. El ojo que ve y elige cuidadosamente.
La vida en la oscuridad.
Arameo o Amadeo recordaba todas estas historias como si hubiesen sido contadas en un no tiempo, se sentía a salvo. Podía recordarlo. Ella ya no podía.
Se acercó y vomitó en su anciano oído tantas palabras. Realmente necesitaba esto.
- Me enseñaste y me diste. Ahora lo quitas todo y me escondes en un placard. Ya nunca más pude volver. Me pregunto porqué un día se te ocurrió levantarte de tu silla mecedora para zambullirte en el mar negro y nadar junto a los peces ciegos.-
La mujer lo escuchaba con oídos complacientes. Un día, dos días y todos los que le siguieron. - La enfermedad y finalmente te ahogaste.- prosiguió.- Guardaste tus cuentos en un placard y te entregaste a los celacantos. Te devoraron sin dudarlo. Ya no recordaste más. Cómo perdonar tu olvido. Cerrar los ojos. Inventar cuentos de mares nunca navegados. Ahora navego a la deriva, tenía que suceder.-
- No abras los ojos hasta que sepas que quieres ver, no me apartes, déjame acompañarte. Lo he visto todo.
Entonces acude al llamado de las bocinas que ahora parecían seguir un ritmo constante.
Mira sus zapatos. La sangre se seca. Sigue caminando, cierra los ojos pero no cae. El viejo y el mar lo siguen de cerca y le preguntan si la va a perdonar de una buena vez.
Esa mujer, absurdamente viva en su cabeza. Abuela, esas gafas. ¿Cuánto más quiere ver si lo ha visto todo?
Paula Coton (Ficcionalización de un hecho real)

Fines científicos

Cuando el empleado me entregó el telegrama, le dije: -Tengo la sospecha de que esto significa problemas.
Cuando la aeromoza me notificó que mi asiento, el 158 Z, número que casualmente también me parecía extraño, no existía, le dije: -Tengo la sospecha que esto también significa problemas.
Alzando los ojos al cielo y maldiciendo al gran dios de la buena fortuna, quité mi desarticulado boleto de avión de las manos de goma espuma de aquella marioneta del destino.
Debía hacer las cosas de la manera mas expeditiva posible. Encaré hacia la isla,
nadando me tomaría mas de 3 horas. Descartado.
Cuando toqué tierra firme, le dije al guardián del portón de hierro: -Mis mejillas están escarchadas, recordaré para el próximo viaje llevar puesto un poco de colonia y no acercarme tanto a las nubes negras o azules. Al centinela no pareció interesarle mi comentario, sólo atinó a decirme con su voz monocromática de gran escalador de montañas de hormigón: -Tengo una caja fuerte en la pared, la abriré.
Recapacité: -salir de aquí no significará otro problema. Palpé mi bolsillo derecho como forma de asegurarme que la mía seguía allí. Inviolable.
Acto seguido le regalé el panecillo que traía dentro de la maleta y golpeé ruidosamente el portón.
Cuando Tita dejó entrever su rolliza ovalada cara a través del halo de luz que se escapaba por la puerta entreabierta, le dije: -No quiero engendrar la sospecha de que usted podría ser El Problema.
Tita es una mujer de bastantes años, de pequeña complexión. Sus formas son tan redondeadas como las perlas que cuelgan de su cuello y de sus muñecas. Toda ella es una gran perla. Blanca y pura como las novias de los años esos de los que no sabemos más de lo que nos cuentan nuestros abuelos. Nunca se atrevió a levantarle la voz ni a su propia imagen reflejada en el espejo. Es por eso que cuando me miró con sus redondísimos infinitos ojos de perla, no pude evitar tocárselos. ¿Sabría que eso era lo que venía a buscar? Creo que si. Para eso me habían buscado. Si. Aterrador, pero real. Los coleccionistas desconocen la dialéctica de los límites, la moral y la ética.
Se sentó obedientemente en su sofá de terciopelo plateado y me dijo: “la buena disposición es fundamental para los fines científicos”.
Paula Coton (Narración con descripción)