De anchas y robustas caderas, “la Elsa” dominaba sus movimientos, era ágil, en su quehacer, como una ráfaga. Tenía un rostro apagado y la tez oscura, como una calle de faroles averiados. Su cara estaba llena de arrugas, de pliegues que yacían debajo de los ojos y de la pera, y, por la cantidad, era difícil contarlas. Pero el desgaste por tantas horas de esfuerzo, eran las culpables. Llevaba consigo una mirada fina, dulce, pero a la vez peligrosa. Era una persona de poco pensar, pero de mucho hacer; prefería el instinto repentino, la pura acción, antes que la premeditación de un acto futuro. Su vestimenta no era nada peculiar, consistía en alguna calza o ropa barata del Once que la acompañaba en sus viajes. En sus momentos de labor, portaba un camisón gastado, que exponía, cual lienzo de galería, todo tipo de manchas abstractas y coloridas resultantes de una amplia gama de productos y anécdotas pasadas. Elsa dominaba las escobas y demás artilugios como un deporte, era lo que sabía hacer desde pequeña. Su humor oscilaba bastante, había días que lucía la mejor de las sonrisas pero, otros, portaba su peor cara que hacía ahuyentar del camino a cualquier animal doméstico de turno. Era dueña de un resentimiento contra la clase alta. Si bien sabía mentirlo muy bien, eran contadas las veces que tenía simpatía por alguno de sus jefes contratantes. Más bien guardaba una bronca imborrable contra ellos, quizás resultado de la brecha económica que los separaba. Tenía varios casos de robo a cuestas, pero nunca la agarraron con las manos en la masa. Vajillas, algún arito, revistas, una que otra joya y un reloj caro listaban, hasta ahora, su inventario de saqueo. Plata era lo único de lo que no se adueñaba en los lugares por donde había pasado. Una persona que sabía muy bien como hacer las cosas a escondidas, era más que un rasgo, su virtud máxima. No obstante, seguro que no sabría que cara poner o que palabras elegir si la vieran llevándose algo que no fuera de ella, pero su reputación le era más que importante. Los valores religiosos aprendidos en su infancia, constituían su actual moral inalterable. Seguramente no aguantaría que la vieran robando, sería capaz de cualquier acto para no ensuciar su nombre. Si alguna vez la agarraran con las manos en la masa, Elsa no dejaría fácilmente que apareciera una marca en sus antecedentes, invalidándonla en la consultora a la que pertenecía, impidiéndole trabajar como “la recomendada”. Elsa haría cualquier cosa para impedirlo.
Juan Ignacio Sandoval (Retrato)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario