miércoles, junio 21, 2006

Hundida

Hundida en el dolor de la soledad, contempló cómo sus hijas respiraban su misma pena.
Despojada de la risa cayó presa de los recuerdos que le arrebataron las ganas de vivir. Se sentó vencida cubierta en su velo color tristeza y a su lado sobre su falda arropó a sus niñas que poco entendían lo que acontecía. Una en cada pierna las acomodó son vacilar. Tres rostros, miradas que dicen nada y dicen todo. Una noche inmóvil, más cerca del suicidio que de resucitar.
Lucía tuvo a sus hijas a su lado, jamás coincidieron sus miradas, ni siquiera por error. Sus ojos en la nada profunda, en un vacío desterrador. Las pequeñas desconcertadas permanecían calladas, casi como si embalsamadas de incertidumbre no supiesen que hacer.
La escena es triste, es poco alentadora. El colorido de sus trabajados atuendos poco teñía que ver con la tormenta que se había instalado en sus almas.
Desconsolada permaneció inerte, cual estatua, sin correrse de esa nada que la visitaba; que la hipnotizaba como si no existiese otra dirección posible para sus vencidos ojos.
No pudo observarse ni sus manos, ni sus pies, ni siquiera su misterioso cabello que permaneció esclavo del velo que supo esconderlo decidido.
Quietas como en un cuadro, más frías que el invierno, se entregaron a la oscuridad del cuarto para unirse en el infierno del abandono.Un contraste notable: un rostro paralizado, perdido, inmóvil, inalterable; su falda, regalaba incontables pliegues alterados, que se sucedían en infinitas y diversas direcciones, desde lo que podía deducirse como su estómago hasta sus ocultos pies.
Mercedes Ruggero (Descripción)

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