Los ángeles pueden volar porque se toman la vida a la ligera, dijo alguien que no recuerdo ahora...
Ellos son quienes se encargan de mover a las estrellas por los cielos, a veces hasta tienen que apurarlas para regular los ciclos... algunas son distraídas, de las que se dispersan ante el primer cometa fanfarrón. Otros, rechonchas, van lentamente cruzando el firmamento, como si siempre estuvieran haciendo sobremesa. Otras, soñadoras, se enamoran de los hombres y quieren quedarse cerca suyo; o su encantamiento enamoradizo proviene de alguna galaxia cercana y entonces estos alados seres deben corretearlas, tomarlas de sus brazas y encarrilarlas. A veces se mufan y proponen hacer paro. Si, paro de estrellas... ante el dilema: ¿por qué siempre salimos de noche? Es que a veces quieren jugar con los niños, o, marear algún satélite pues, su espíritu travieso, bien se parece al de un infante.
Tres ángeles me cuidan: Bicho, Fede y Cuento. Bicho es azul, serio y muy alto. Fede es como un tímido joven y Cuento es el pequeñuelo travieso, pero responsable.
Emanan halos de luz que abarcan toda la gama cromática ¡cuantas veces mi habitación ha tenido su propio arcoiris!
Cuando un brillante destellito de luz se anuncia en el éter de la habitación en que este, la certeza es que alguno de estos pícaros anda por ahí, cerca. Saludarlos con una sonrisa para ellos basta. Ah! ¿Qué, cómo los distingo? Los destellos tienen su personalidad: los resplandores de Bicho son del tamaño de una moneda, medio azulados y tienden a elevarse antes de desaparecer; los de Fede son muy pequeñitos, brillosos, y cruzan la habitación rápidamente para luego desvanecerse; los de Cuento tienen un aspecto rosáceo y se expanden un poco velozmente antes de esconderse en una especie de guiño cómplice.
Es entonces cuando se van por un incierto rato a sentarse a alguna estrella y observar a la humanidad desde allí, renovando sus energías del silencio cósmico y la virtud de las divas.
Contemplan amaneceres y ocasos embebiendo nubes en rocío matutino, para saciarse la sed con el exquisito néctar, esencia sagrada de la tierra y del hombre.
Reposan sus pies en las corrientes galácticas mientras mantienen charlas con los astros y el resto de los espíritus celestes vagando por el universo.
A veces se cuelan de la cola de un cometa y se van de paseo por el universo, para luego en un par de días, ¡recibir noticias de ellos!.Si hasta una vez los escuché cuchicheando detrás de la heladera sobre los planes del fin de semana para ir a jugar carreras de patín y calesita en los anillos de saturno! O esa vez, en que pensaron ir a jugar a las escondidas en la nebulosa de Andrómeda y con tanto polvo estelar, por poco se pierden si no fuera porque Dios los vió desorientados y los acercó a la tierra, entonces se detuvieron un rato del otro lado de la luna para jugar a la mancha; resultó que a la luna le agarró un ataque de risa porque las alas de los ángeles le hacían cosquillas... Según me contaron Bicho, Fede y Cuento, los seres divinos, detuvieron su juego y colmaron a la luna con mimitos hasta que se durmió con una enorme sonrisa, tan brillante que en la noche terruna los sueños de los mortales fueron mágicos; mientras los ángeles agotados, se montaron de las nubes y viajaron con los vientos para llegar al hogar de la luz de sus ojos, para tenderse cerca y responderles al saludo de las buenas noches con unas caricias en los cachetes y un bostezo silencioso, de ángeles. Y de estrellas.
Ellos son quienes se encargan de mover a las estrellas por los cielos, a veces hasta tienen que apurarlas para regular los ciclos... algunas son distraídas, de las que se dispersan ante el primer cometa fanfarrón. Otros, rechonchas, van lentamente cruzando el firmamento, como si siempre estuvieran haciendo sobremesa. Otras, soñadoras, se enamoran de los hombres y quieren quedarse cerca suyo; o su encantamiento enamoradizo proviene de alguna galaxia cercana y entonces estos alados seres deben corretearlas, tomarlas de sus brazas y encarrilarlas. A veces se mufan y proponen hacer paro. Si, paro de estrellas... ante el dilema: ¿por qué siempre salimos de noche? Es que a veces quieren jugar con los niños, o, marear algún satélite pues, su espíritu travieso, bien se parece al de un infante.
Tres ángeles me cuidan: Bicho, Fede y Cuento. Bicho es azul, serio y muy alto. Fede es como un tímido joven y Cuento es el pequeñuelo travieso, pero responsable.
Emanan halos de luz que abarcan toda la gama cromática ¡cuantas veces mi habitación ha tenido su propio arcoiris!
Cuando un brillante destellito de luz se anuncia en el éter de la habitación en que este, la certeza es que alguno de estos pícaros anda por ahí, cerca. Saludarlos con una sonrisa para ellos basta. Ah! ¿Qué, cómo los distingo? Los destellos tienen su personalidad: los resplandores de Bicho son del tamaño de una moneda, medio azulados y tienden a elevarse antes de desaparecer; los de Fede son muy pequeñitos, brillosos, y cruzan la habitación rápidamente para luego desvanecerse; los de Cuento tienen un aspecto rosáceo y se expanden un poco velozmente antes de esconderse en una especie de guiño cómplice.
Es entonces cuando se van por un incierto rato a sentarse a alguna estrella y observar a la humanidad desde allí, renovando sus energías del silencio cósmico y la virtud de las divas.
Contemplan amaneceres y ocasos embebiendo nubes en rocío matutino, para saciarse la sed con el exquisito néctar, esencia sagrada de la tierra y del hombre.
Reposan sus pies en las corrientes galácticas mientras mantienen charlas con los astros y el resto de los espíritus celestes vagando por el universo.
A veces se cuelan de la cola de un cometa y se van de paseo por el universo, para luego en un par de días, ¡recibir noticias de ellos!.Si hasta una vez los escuché cuchicheando detrás de la heladera sobre los planes del fin de semana para ir a jugar carreras de patín y calesita en los anillos de saturno! O esa vez, en que pensaron ir a jugar a las escondidas en la nebulosa de Andrómeda y con tanto polvo estelar, por poco se pierden si no fuera porque Dios los vió desorientados y los acercó a la tierra, entonces se detuvieron un rato del otro lado de la luna para jugar a la mancha; resultó que a la luna le agarró un ataque de risa porque las alas de los ángeles le hacían cosquillas... Según me contaron Bicho, Fede y Cuento, los seres divinos, detuvieron su juego y colmaron a la luna con mimitos hasta que se durmió con una enorme sonrisa, tan brillante que en la noche terruna los sueños de los mortales fueron mágicos; mientras los ángeles agotados, se montaron de las nubes y viajaron con los vientos para llegar al hogar de la luz de sus ojos, para tenderse cerca y responderles al saludo de las buenas noches con unas caricias en los cachetes y un bostezo silencioso, de ángeles. Y de estrellas.
Lorena Ackerman (Texto libre)
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