Piloteando papelitos, nos fuimos de cruzada por el mundo.
Eramos el capitán de una gran fragata con faro de cartón y proa tan versátil como el colchón de mi cama. Eramos el héroe, piloto que conducía un superbombardero a pique, blanco de feroces contendientes en una lucha por la soberana supremacía del aire, del patio de atrás de casa, donde nos íbamos todas las siestas a jugar con las hojas de diario viejos.
Aceptábamos solamente la compañía de Bonachulo, perritos de esos que al ser avistados provocan ganas de dar marcha atrás y juntar todas esas cosas que dicen por ahí, ser saludables, como correr, elongar las piernas para que lleguen pronto lo mas lejos que puedan, estirar el empeine y hasta enderezar la condenada espalda... todo por un bicho de aspecto mastodontote, tan pesado y tan viejo como las latas oxidadas que siempre han permanecido desarmándose en ese preciso lugar del fondo del patio, lleno de tierra y cubierto de césped, aún así haciendo presencia.
En esos días, después de comer, escapábamos de los mayores para ir a embadurnarnos de tierra y cavar hoyos para cazar lombrices y hacerlas pedacitos con la gillette, para ver como se movían así de cortaditas. Particularmente tenía debilidad por los bichitos de la humedad, se me hacían “caramelito bandoneón” y baba. Mamá después de su descanso, al ir a echarnos una ojeada, me revisaba la boca, en que a esas alturas encontraba: en lugar de dientes de leche, dientes de barro; o en lugar de gajitos de naranjas, piernitas de algún insecto.
¡Cuánto tiempo preparamos la estrategia!, metódicamente diseñada por una mentalidad tan inocente como ansiosa por ver realizado “ese” sueño de grandeza... Bonachulo ( Bonachón-chulo le puso una vecina), iba a ser el primer perro que surcara los aires de Carlos Spegazzini hecho barrilete! Único espécimen que levantaría vuelo, amarrado de sogas y cintas, obra de perfecta ingeniería, genialidad proyectada, realizada por sabios inventores precoces...
Empezamos llamando a concurso intitulado: “El barrilete perfecto”. Las condiciones eran: - participación por dúos (todos vecinitos de la vuelta de la esquina). – el diseño debía necesariamente ser invención propia y original. y obviamente, - imperativo contar con un medio que solventara el peso de un animal como de cien kilos revoloteando por nuestros vientos pampeanos como plumita de ñandú, che!
Le seguían toda una caprichosa lista de condiciones suplementarias establecidas por cuestiones de preferencias de los organizadores (como nos hacíamos llamar), por ejemplo: predilección por colores rojos, amarillos (de mi agrado) y, violetas (del agrado de mi socio y amiguito).
Recomendábamos usar formas triangulares, creyendo que por tener puntas serían más rápidas; si bien no eliminamos las formas redondeadas o cuadradas, no contaban con nuestra simpatía.
El barrilete debía contar con formas o marcas para las posaderas de Bonachulo, además que sus patas se sostuvieran por algún sistema de correas, muy importante a efectos de evitar riesgos o accidentes nuestro medio para el objetivo: “El Bonachulo, surcador de los aires barrileteros”.
Hubieron muchísimos postulantes, vecinos y hasta chicos de otros barrios. Fue una dura competencia, con tal nivel de compromiso, genio y tecnología que decidimos con Carlitos finalizar el concurso con una exposición de barriletes. ¡Y qué complicado se puso! ¡La vereda de la casa se convirtió en una galería de barrileteretes!
Algunos apoyados en la pared, otros colgaban atados de un piolín, en la reja de la ventana; los más lindos colgaban de los árboles, del lado del frente a la pared de la casa, como a dos metros mas o menos, para que así suspendidos, fuesen apreciados en su totalidad por los curiosos; por el piso dormían los menos agradables o feos, ¡que va!
Chicos correteando por toda esa esquina, con barriletes en las manos, colgados a sus espaldas a modo de baticapa, o mejor dicho, de Bonachucapa! Chicos con barriletes enredados por la cabeza y el cuello, ahogándose. Chicos enmarañados en barriletes, complicándoles el andar... Me acuerdo, ese día Mamá no se movió un instante del patio de casa.
Eso sí: el jurado fue conformado llegado el momento de la elección, al azar del sorteo y a sus integrantes no los he vuelto a ver hasta el día de hoy... La felicidad de ese día fue tal que aún hoy los recuerdo con una sonrisa. El barrilete ganador fue, seguro deliberadamente en pos de haberle dedicado todos nuestros mayores esfuerzos, tres cuartos de materia cerebral. Y la imaginación más delirante. Todo. Todo por ese anhelo.
¡Por algo éramos la cabeza de la batuta! Teníamos planeado el evento desde hacía mucho tiempo atrás, pues era uno de los tantos, más importantes, sueños de infantes que algún día necesariamente se harían realidad.
Desde aquéllos días veníamos estudiando un diseño que fuese versátil y lindo a la vez. Decidimos que tuviera forma de alas pues debía transportar a Bonachulo, y podíamos sostenerlo por su torso de animalejo, con una especie de precintos de seguridad. Para colocar la parte trasera, diseñamos una especie dearnés que forramos en tela y apliques en rojo, verdes y violetas, cuya combinación concluyó en un categórico “slip hawaiano”. Todo este sistema de seguridad se encontraba unido al alado barrilete mediante una esquelética red que traduciría los movimientos del bicho en aleteadas dignas de un cóndor californiano. Y es, por este motivo que decidimos: - Si son alas, el barrilete va partido al medio en ambas partes unidas por el mentado sistema de redes.
Para ofrecer mejor resistencia al aire, las alas tendrán forma triangular. Isósceles; que partiría el cuello de Bonachulo, enanchándose hacia la espalda, llegándole hasta los tobillos y como detalle chanfles curvos por el borde inferior de ambas alas... ¡que pa que seguir contando! Una superbaticapa de lona azul con salpicadas amarillas de pintura y un antifaz de la misma lona salpicada ¡epa! Con naylon transparente de bolsa de residuos pegado con masilla en las aberturas pertinentes a los ojos para proteger los Bonachulojos durante su travesía por el aire.
El único premio fue fama barrial y honores durante el resto de la ceremonia, en la que hubo hasta un cuarto puesto y diez menciones. El final del encuentro, el gran momento añorado, tiempo de lanzar por los aires el primer privado volador había llegado.
Todo el procedimiento se realizó con suma precaución. Amarramos todos los precintos y el slip del barrilete al cuerpo de Bonachulo. Aseguramos el piolín al barrilete, que decidimos usarlo doble vuelta.
Despejamos el baldío del frente de mi casa en un radio de cinco metros para el despegue, rezamos un padrenuestro y cantamos con la mano en el corazón el himno patrio.
La tensión era inevitable; hasta los mayores se acercaron a la calle para el evento: unas tapas de ollas asentían a puro relincho, permiso para maniobrar.
Todo era silencio, el público presente quieto parecía retrato fotográfico sucedido en el tiempo. La sensación era que el tiempo y movimiento sólo involucraban al barrilete, Bonachulo, mi compa y yo.
Tan sólo nos olvidamos un pequeño detalle: algo debía motivar al mastodonte de Bonachulo a correr para que a través de las esqueléticas redes se activara el sistema bla, bla, bla... ¡ ¡ ¡Buuuuaaaaá!!!
- ¡Maldita vaca tonta!: el perro no quiere correr! Sniff, sniff, no quieeere correeer, no cooorre ¿qué hacemos?
Empezamos a tirar palitos al aire, le jugábamos con la pelota, le ofrecíamos caramelos y hasta el carnicero le dió un pedazo de osobuco para incentivarlo... nada surtió efecto.
Entonces lo tironeábamos del piolín, doble vuelta, lo empujábamos para que levantase el ponderado trasero del piso.
Eso si fue caer en picada. Se nos partió el alma a todo el barrio. Horas quizá, ya entrada la noche, la multitud reunida en el baldío del frente de mi casa, esperando un milagro, o, inclusive, algo que se moviese.
Nadie se atrevía a romper el silencio sea cual fuere el motivo, vergüenza o desazón y hoy en mis recuerdos hasta la cara de los mayores era tristeza encarnada.
El negro manto aterciopelado de la dama vespertina se acomodó suavemente acompañada de titilantes esferas en el cielo de su capa... La gente comenzó a retirarse a sus posadas, tal vez para sufrir un poco en privado; quedamos mi compa, unos pocos chicos del barrio y algún vecino tomando fresco en la vereda. Los barriletes del concurso ya no se hacían ver en la vereda, vacía ya, desnuda y triste...
¡Que susto terrible! Estruendoso maullido de un gato histérico de noctambulismo, volaba por el aire como ardilla cazando sapos, perseguido por un bulto tan enorme como el misterio que le permitía romper lazos con al gravedad.
Es difícil describir la sensación: oscuridad, la luna regordeta en el firmamento estrellado, armonía quebrada por un flash oscuro, alargado e irregular cruzándola luna, segundos después una masa grande y amorfa en carácter persecutorio, avistados sólo en la circunferencia en que descansa la luna (como si fuese un agujero en el cielo), y se ensayase una delirante episodio teatral, el resto era todo ruidos, golpes, corridas, maullidos y demás gritos perrunos, ¡un zafarrancho!
Pasmados, los pocos espectadores sólo seguimos mirando hacia arriba cuando cundió el silencio...
Los ruidos cesaron, la luna se quedó sola. Incertidumbre. Instantes después todos oímos un par de ladridos de esos que buscan juego, seguido de un maullido-ronrroneo de cuando los bichos quieren mimos... silencio otra vez... se oyó un trotecito pesadón pero tranquilo. Empezamos a mirarnos entre sí ¿qué sucedía? ¿Ruidos típicos de la noche? O ¿realmm...?
Atónitos, ante un grito, dirigimos la mirada al cielo, la bóveda como nunca sonreía titilante con sus gemas de plata; el calor del verano provocaba hermosas serenatas en los pajaritos, cantaba la chicharra anunciando mas calor, los perros, gatos y gallinas del barrio, se acomodaban en la tierra tibia, o el suave y fresco pasto del baldío a dormitar...Todo era hermoso y más lo fue aún cuando divisamos ante la luz de la luna a Bonachón planeando con su capa y de antifaz (sin piolines barriteriles que lo dirigieran), con el gato muy orondo sentado a sus espaldas, volando como Superman, o Batman, como si el aire les perteneciera, fuese su medio, mientras despertadas por el calor, luciérnagas danzantes los acompañaban en su travesía, hechizadas por el milagro; con su magia intermitente iluminaban perro enmascarado batialadelta y gato a cuestas planeando entre el cielo, la luna y el aire del baldío, aparecían y desaparecían por entre los árboles hasta que se fueron alejando mas y más en el firmamento... quizá se fueron a vivir a la luna... Es curioso, sin embargo no tengo recuerdos posteriores de Bonachón y su Cruzada por la Luna.
Eramos el capitán de una gran fragata con faro de cartón y proa tan versátil como el colchón de mi cama. Eramos el héroe, piloto que conducía un superbombardero a pique, blanco de feroces contendientes en una lucha por la soberana supremacía del aire, del patio de atrás de casa, donde nos íbamos todas las siestas a jugar con las hojas de diario viejos.
Aceptábamos solamente la compañía de Bonachulo, perritos de esos que al ser avistados provocan ganas de dar marcha atrás y juntar todas esas cosas que dicen por ahí, ser saludables, como correr, elongar las piernas para que lleguen pronto lo mas lejos que puedan, estirar el empeine y hasta enderezar la condenada espalda... todo por un bicho de aspecto mastodontote, tan pesado y tan viejo como las latas oxidadas que siempre han permanecido desarmándose en ese preciso lugar del fondo del patio, lleno de tierra y cubierto de césped, aún así haciendo presencia.
En esos días, después de comer, escapábamos de los mayores para ir a embadurnarnos de tierra y cavar hoyos para cazar lombrices y hacerlas pedacitos con la gillette, para ver como se movían así de cortaditas. Particularmente tenía debilidad por los bichitos de la humedad, se me hacían “caramelito bandoneón” y baba. Mamá después de su descanso, al ir a echarnos una ojeada, me revisaba la boca, en que a esas alturas encontraba: en lugar de dientes de leche, dientes de barro; o en lugar de gajitos de naranjas, piernitas de algún insecto.
¡Cuánto tiempo preparamos la estrategia!, metódicamente diseñada por una mentalidad tan inocente como ansiosa por ver realizado “ese” sueño de grandeza... Bonachulo ( Bonachón-chulo le puso una vecina), iba a ser el primer perro que surcara los aires de Carlos Spegazzini hecho barrilete! Único espécimen que levantaría vuelo, amarrado de sogas y cintas, obra de perfecta ingeniería, genialidad proyectada, realizada por sabios inventores precoces...
Empezamos llamando a concurso intitulado: “El barrilete perfecto”. Las condiciones eran: - participación por dúos (todos vecinitos de la vuelta de la esquina). – el diseño debía necesariamente ser invención propia y original. y obviamente, - imperativo contar con un medio que solventara el peso de un animal como de cien kilos revoloteando por nuestros vientos pampeanos como plumita de ñandú, che!
Le seguían toda una caprichosa lista de condiciones suplementarias establecidas por cuestiones de preferencias de los organizadores (como nos hacíamos llamar), por ejemplo: predilección por colores rojos, amarillos (de mi agrado) y, violetas (del agrado de mi socio y amiguito).
Recomendábamos usar formas triangulares, creyendo que por tener puntas serían más rápidas; si bien no eliminamos las formas redondeadas o cuadradas, no contaban con nuestra simpatía.
El barrilete debía contar con formas o marcas para las posaderas de Bonachulo, además que sus patas se sostuvieran por algún sistema de correas, muy importante a efectos de evitar riesgos o accidentes nuestro medio para el objetivo: “El Bonachulo, surcador de los aires barrileteros”.
Hubieron muchísimos postulantes, vecinos y hasta chicos de otros barrios. Fue una dura competencia, con tal nivel de compromiso, genio y tecnología que decidimos con Carlitos finalizar el concurso con una exposición de barriletes. ¡Y qué complicado se puso! ¡La vereda de la casa se convirtió en una galería de barrileteretes!
Algunos apoyados en la pared, otros colgaban atados de un piolín, en la reja de la ventana; los más lindos colgaban de los árboles, del lado del frente a la pared de la casa, como a dos metros mas o menos, para que así suspendidos, fuesen apreciados en su totalidad por los curiosos; por el piso dormían los menos agradables o feos, ¡que va!
Chicos correteando por toda esa esquina, con barriletes en las manos, colgados a sus espaldas a modo de baticapa, o mejor dicho, de Bonachucapa! Chicos con barriletes enredados por la cabeza y el cuello, ahogándose. Chicos enmarañados en barriletes, complicándoles el andar... Me acuerdo, ese día Mamá no se movió un instante del patio de casa.
Eso sí: el jurado fue conformado llegado el momento de la elección, al azar del sorteo y a sus integrantes no los he vuelto a ver hasta el día de hoy... La felicidad de ese día fue tal que aún hoy los recuerdo con una sonrisa. El barrilete ganador fue, seguro deliberadamente en pos de haberle dedicado todos nuestros mayores esfuerzos, tres cuartos de materia cerebral. Y la imaginación más delirante. Todo. Todo por ese anhelo.
¡Por algo éramos la cabeza de la batuta! Teníamos planeado el evento desde hacía mucho tiempo atrás, pues era uno de los tantos, más importantes, sueños de infantes que algún día necesariamente se harían realidad.
Desde aquéllos días veníamos estudiando un diseño que fuese versátil y lindo a la vez. Decidimos que tuviera forma de alas pues debía transportar a Bonachulo, y podíamos sostenerlo por su torso de animalejo, con una especie de precintos de seguridad. Para colocar la parte trasera, diseñamos una especie dearnés que forramos en tela y apliques en rojo, verdes y violetas, cuya combinación concluyó en un categórico “slip hawaiano”. Todo este sistema de seguridad se encontraba unido al alado barrilete mediante una esquelética red que traduciría los movimientos del bicho en aleteadas dignas de un cóndor californiano. Y es, por este motivo que decidimos: - Si son alas, el barrilete va partido al medio en ambas partes unidas por el mentado sistema de redes.
Para ofrecer mejor resistencia al aire, las alas tendrán forma triangular. Isósceles; que partiría el cuello de Bonachulo, enanchándose hacia la espalda, llegándole hasta los tobillos y como detalle chanfles curvos por el borde inferior de ambas alas... ¡que pa que seguir contando! Una superbaticapa de lona azul con salpicadas amarillas de pintura y un antifaz de la misma lona salpicada ¡epa! Con naylon transparente de bolsa de residuos pegado con masilla en las aberturas pertinentes a los ojos para proteger los Bonachulojos durante su travesía por el aire.
El único premio fue fama barrial y honores durante el resto de la ceremonia, en la que hubo hasta un cuarto puesto y diez menciones. El final del encuentro, el gran momento añorado, tiempo de lanzar por los aires el primer privado volador había llegado.
Todo el procedimiento se realizó con suma precaución. Amarramos todos los precintos y el slip del barrilete al cuerpo de Bonachulo. Aseguramos el piolín al barrilete, que decidimos usarlo doble vuelta.
Despejamos el baldío del frente de mi casa en un radio de cinco metros para el despegue, rezamos un padrenuestro y cantamos con la mano en el corazón el himno patrio.
La tensión era inevitable; hasta los mayores se acercaron a la calle para el evento: unas tapas de ollas asentían a puro relincho, permiso para maniobrar.
Todo era silencio, el público presente quieto parecía retrato fotográfico sucedido en el tiempo. La sensación era que el tiempo y movimiento sólo involucraban al barrilete, Bonachulo, mi compa y yo.
Tan sólo nos olvidamos un pequeño detalle: algo debía motivar al mastodonte de Bonachulo a correr para que a través de las esqueléticas redes se activara el sistema bla, bla, bla... ¡ ¡ ¡Buuuuaaaaá!!!
- ¡Maldita vaca tonta!: el perro no quiere correr! Sniff, sniff, no quieeere correeer, no cooorre ¿qué hacemos?
Empezamos a tirar palitos al aire, le jugábamos con la pelota, le ofrecíamos caramelos y hasta el carnicero le dió un pedazo de osobuco para incentivarlo... nada surtió efecto.
Entonces lo tironeábamos del piolín, doble vuelta, lo empujábamos para que levantase el ponderado trasero del piso.
Eso si fue caer en picada. Se nos partió el alma a todo el barrio. Horas quizá, ya entrada la noche, la multitud reunida en el baldío del frente de mi casa, esperando un milagro, o, inclusive, algo que se moviese.
Nadie se atrevía a romper el silencio sea cual fuere el motivo, vergüenza o desazón y hoy en mis recuerdos hasta la cara de los mayores era tristeza encarnada.
El negro manto aterciopelado de la dama vespertina se acomodó suavemente acompañada de titilantes esferas en el cielo de su capa... La gente comenzó a retirarse a sus posadas, tal vez para sufrir un poco en privado; quedamos mi compa, unos pocos chicos del barrio y algún vecino tomando fresco en la vereda. Los barriletes del concurso ya no se hacían ver en la vereda, vacía ya, desnuda y triste...
¡Que susto terrible! Estruendoso maullido de un gato histérico de noctambulismo, volaba por el aire como ardilla cazando sapos, perseguido por un bulto tan enorme como el misterio que le permitía romper lazos con al gravedad.
Es difícil describir la sensación: oscuridad, la luna regordeta en el firmamento estrellado, armonía quebrada por un flash oscuro, alargado e irregular cruzándola luna, segundos después una masa grande y amorfa en carácter persecutorio, avistados sólo en la circunferencia en que descansa la luna (como si fuese un agujero en el cielo), y se ensayase una delirante episodio teatral, el resto era todo ruidos, golpes, corridas, maullidos y demás gritos perrunos, ¡un zafarrancho!
Pasmados, los pocos espectadores sólo seguimos mirando hacia arriba cuando cundió el silencio...
Los ruidos cesaron, la luna se quedó sola. Incertidumbre. Instantes después todos oímos un par de ladridos de esos que buscan juego, seguido de un maullido-ronrroneo de cuando los bichos quieren mimos... silencio otra vez... se oyó un trotecito pesadón pero tranquilo. Empezamos a mirarnos entre sí ¿qué sucedía? ¿Ruidos típicos de la noche? O ¿realmm...?
Atónitos, ante un grito, dirigimos la mirada al cielo, la bóveda como nunca sonreía titilante con sus gemas de plata; el calor del verano provocaba hermosas serenatas en los pajaritos, cantaba la chicharra anunciando mas calor, los perros, gatos y gallinas del barrio, se acomodaban en la tierra tibia, o el suave y fresco pasto del baldío a dormitar...Todo era hermoso y más lo fue aún cuando divisamos ante la luz de la luna a Bonachón planeando con su capa y de antifaz (sin piolines barriteriles que lo dirigieran), con el gato muy orondo sentado a sus espaldas, volando como Superman, o Batman, como si el aire les perteneciera, fuese su medio, mientras despertadas por el calor, luciérnagas danzantes los acompañaban en su travesía, hechizadas por el milagro; con su magia intermitente iluminaban perro enmascarado batialadelta y gato a cuestas planeando entre el cielo, la luna y el aire del baldío, aparecían y desaparecían por entre los árboles hasta que se fueron alejando mas y más en el firmamento... quizá se fueron a vivir a la luna... Es curioso, sin embargo no tengo recuerdos posteriores de Bonachón y su Cruzada por la Luna.
Lorena Ackerman (Texto libre)