jueves, junio 29, 2006

Perruna cruzada. Por la luna.

Piloteando papelitos, nos fuimos de cruzada por el mundo.
Eramos el capitán de una gran fragata con faro de cartón y proa tan versátil como el colchón de mi cama. Eramos el héroe, piloto que conducía un superbombardero a pique, blanco de feroces contendientes en una lucha por la soberana supremacía del aire, del patio de atrás de casa, donde nos íbamos todas las siestas a jugar con las hojas de diario viejos.
Aceptábamos solamente la compañía de Bonachulo, perritos de esos que al ser avistados provocan ganas de dar marcha atrás y juntar todas esas cosas que dicen por ahí, ser saludables, como correr, elongar las piernas para que lleguen pronto lo mas lejos que puedan, estirar el empeine y hasta enderezar la condenada espalda... todo por un bicho de aspecto mastodontote, tan pesado y tan viejo como las latas oxidadas que siempre han permanecido desarmándose en ese preciso lugar del fondo del patio, lleno de tierra y cubierto de césped, aún así haciendo presencia.
En esos días, después de comer, escapábamos de los mayores para ir a embadurnarnos de tierra y cavar hoyos para cazar lombrices y hacerlas pedacitos con la gillette, para ver como se movían así de cortaditas. Particularmente tenía debilidad por los bichitos de la humedad, se me hacían “caramelito bandoneón” y baba. Mamá después de su descanso, al ir a echarnos una ojeada, me revisaba la boca, en que a esas alturas encontraba: en lugar de dientes de leche, dientes de barro; o en lugar de gajitos de naranjas, piernitas de algún insecto.
¡Cuánto tiempo preparamos la estrategia!, metódicamente diseñada por una mentalidad tan inocente como ansiosa por ver realizado “ese” sueño de grandeza... Bonachulo ( Bonachón-chulo le puso una vecina), iba a ser el primer perro que surcara los aires de Carlos Spegazzini hecho barrilete! Único espécimen que levantaría vuelo, amarrado de sogas y cintas, obra de perfecta ingeniería, genialidad proyectada, realizada por sabios inventores precoces...
Empezamos llamando a concurso intitulado: “El barrilete perfecto”. Las condiciones eran: - participación por dúos (todos vecinitos de la vuelta de la esquina). – el diseño debía necesariamente ser invención propia y original. y obviamente, - imperativo contar con un medio que solventara el peso de un animal como de cien kilos revoloteando por nuestros vientos pampeanos como plumita de ñandú, che!
Le seguían toda una caprichosa lista de condiciones suplementarias establecidas por cuestiones de preferencias de los organizadores (como nos hacíamos llamar), por ejemplo: predilección por colores rojos, amarillos (de mi agrado) y, violetas (del agrado de mi socio y amiguito).
Recomendábamos usar formas triangulares, creyendo que por tener puntas serían más rápidas; si bien no eliminamos las formas redondeadas o cuadradas, no contaban con nuestra simpatía.
El barrilete debía contar con formas o marcas para las posaderas de Bonachulo, además que sus patas se sostuvieran por algún sistema de correas, muy importante a efectos de evitar riesgos o accidentes nuestro medio para el objetivo: “El Bonachulo, surcador de los aires barrileteros”.
Hubieron muchísimos postulantes, vecinos y hasta chicos de otros barrios. Fue una dura competencia, con tal nivel de compromiso, genio y tecnología que decidimos con Carlitos finalizar el concurso con una exposición de barriletes. ¡Y qué complicado se puso! ¡La vereda de la casa se convirtió en una galería de barrileteretes!
Algunos apoyados en la pared, otros colgaban atados de un piolín, en la reja de la ventana; los más lindos colgaban de los árboles, del lado del frente a la pared de la casa, como a dos metros mas o menos, para que así suspendidos, fuesen apreciados en su totalidad por los curiosos; por el piso dormían los menos agradables o feos, ¡que va!
Chicos correteando por toda esa esquina, con barriletes en las manos, colgados a sus espaldas a modo de baticapa, o mejor dicho, de Bonachucapa! Chicos con barriletes enredados por la cabeza y el cuello, ahogándose. Chicos enmarañados en barriletes, complicándoles el andar... Me acuerdo, ese día Mamá no se movió un instante del patio de casa.
Eso sí: el jurado fue conformado llegado el momento de la elección, al azar del sorteo y a sus integrantes no los he vuelto a ver hasta el día de hoy... La felicidad de ese día fue tal que aún hoy los recuerdo con una sonrisa. El barrilete ganador fue, seguro deliberadamente en pos de haberle dedicado todos nuestros mayores esfuerzos, tres cuartos de materia cerebral. Y la imaginación más delirante. Todo. Todo por ese anhelo.

¡Por algo éramos la cabeza de la batuta! Teníamos planeado el evento desde hacía mucho tiempo atrás, pues era uno de los tantos, más importantes, sueños de infantes que algún día necesariamente se harían realidad.

Desde aquéllos días veníamos estudiando un diseño que fuese versátil y lindo a la vez. Decidimos que tuviera forma de alas pues debía transportar a Bonachulo, y podíamos sostenerlo por su torso de animalejo, con una especie de precintos de seguridad. Para colocar la parte trasera, diseñamos una especie dearnés que forramos en tela y apliques en rojo, verdes y violetas, cuya combinación concluyó en un categórico “slip hawaiano”. Todo este sistema de seguridad se encontraba unido al alado barrilete mediante una esquelética red que traduciría los movimientos del bicho en aleteadas dignas de un cóndor californiano. Y es, por este motivo que decidimos: - Si son alas, el barrilete va partido al medio en ambas partes unidas por el mentado sistema de redes.
Para ofrecer mejor resistencia al aire, las alas tendrán forma triangular. Isósceles; que partiría el cuello de Bonachulo, enanchándose hacia la espalda, llegándole hasta los tobillos y como detalle chanfles curvos por el borde inferior de ambas alas... ¡que pa que seguir contando! Una superbaticapa de lona azul con salpicadas amarillas de pintura y un antifaz de la misma lona salpicada ¡epa! Con naylon transparente de bolsa de residuos pegado con masilla en las aberturas pertinentes a los ojos para proteger los Bonachulojos durante su travesía por el aire.
El único premio fue fama barrial y honores durante el resto de la ceremonia, en la que hubo hasta un cuarto puesto y diez menciones. El final del encuentro, el gran momento añorado, tiempo de lanzar por los aires el primer privado volador había llegado.
Todo el procedimiento se realizó con suma precaución. Amarramos todos los precintos y el slip del barrilete al cuerpo de Bonachulo. Aseguramos el piolín al barrilete, que decidimos usarlo doble vuelta.
Despejamos el baldío del frente de mi casa en un radio de cinco metros para el despegue, rezamos un padrenuestro y cantamos con la mano en el corazón el himno patrio.
La tensión era inevitable; hasta los mayores se acercaron a la calle para el evento: unas tapas de ollas asentían a puro relincho, permiso para maniobrar.
Todo era silencio, el público presente quieto parecía retrato fotográfico sucedido en el tiempo. La sensación era que el tiempo y movimiento sólo involucraban al barrilete, Bonachulo, mi compa y yo.
Tan sólo nos olvidamos un pequeño detalle: algo debía motivar al mastodonte de Bonachulo a correr para que a través de las esqueléticas redes se activara el sistema bla, bla, bla... ¡ ¡ ¡Buuuuaaaaá!!!
- ¡Maldita vaca tonta!: el perro no quiere correr! Sniff, sniff, no quieeere correeer, no cooorre ¿qué hacemos?
Empezamos a tirar palitos al aire, le jugábamos con la pelota, le ofrecíamos caramelos y hasta el carnicero le dió un pedazo de osobuco para incentivarlo... nada surtió efecto.
Entonces lo tironeábamos del piolín, doble vuelta, lo empujábamos para que levantase el ponderado trasero del piso.
Eso si fue caer en picada. Se nos partió el alma a todo el barrio. Horas quizá, ya entrada la noche, la multitud reunida en el baldío del frente de mi casa, esperando un milagro, o, inclusive, algo que se moviese.
Nadie se atrevía a romper el silencio sea cual fuere el motivo, vergüenza o desazón y hoy en mis recuerdos hasta la cara de los mayores era tristeza encarnada.
El negro manto aterciopelado de la dama vespertina se acomodó suavemente acompañada de titilantes esferas en el cielo de su capa... La gente comenzó a retirarse a sus posadas, tal vez para sufrir un poco en privado; quedamos mi compa, unos pocos chicos del barrio y algún vecino tomando fresco en la vereda. Los barriletes del concurso ya no se hacían ver en la vereda, vacía ya, desnuda y triste...
¡Que susto terrible! Estruendoso maullido de un gato histérico de noctambulismo, volaba por el aire como ardilla cazando sapos, perseguido por un bulto tan enorme como el misterio que le permitía romper lazos con al gravedad.
Es difícil describir la sensación: oscuridad, la luna regordeta en el firmamento estrellado, armonía quebrada por un flash oscuro, alargado e irregular cruzándola luna, segundos después una masa grande y amorfa en carácter persecutorio, avistados sólo en la circunferencia en que descansa la luna (como si fuese un agujero en el cielo), y se ensayase una delirante episodio teatral, el resto era todo ruidos, golpes, corridas, maullidos y demás gritos perrunos, ¡un zafarrancho!
Pasmados, los pocos espectadores sólo seguimos mirando hacia arriba cuando cundió el silencio...
Los ruidos cesaron, la luna se quedó sola. Incertidumbre. Instantes después todos oímos un par de ladridos de esos que buscan juego, seguido de un maullido-ronrroneo de cuando los bichos quieren mimos... silencio otra vez... se oyó un trotecito pesadón pero tranquilo. Empezamos a mirarnos entre sí ¿qué sucedía? ¿Ruidos típicos de la noche? O ¿realmm...?
Atónitos, ante un grito, dirigimos la mirada al cielo, la bóveda como nunca sonreía titilante con sus gemas de plata; el calor del verano provocaba hermosas serenatas en los pajaritos, cantaba la chicharra anunciando mas calor, los perros, gatos y gallinas del barrio, se acomodaban en la tierra tibia, o el suave y fresco pasto del baldío a dormitar...Todo era hermoso y más lo fue aún cuando divisamos ante la luz de la luna a Bonachón planeando con su capa y de antifaz (sin piolines barriteriles que lo dirigieran), con el gato muy orondo sentado a sus espaldas, volando como Superman, o Batman, como si el aire les perteneciera, fuese su medio, mientras despertadas por el calor, luciérnagas danzantes los acompañaban en su travesía, hechizadas por el milagro; con su magia intermitente iluminaban perro enmascarado batialadelta y gato a cuestas planeando entre el cielo, la luna y el aire del baldío, aparecían y desaparecían por entre los árboles hasta que se fueron alejando mas y más en el firmamento... quizá se fueron a vivir a la luna... Es curioso, sin embargo no tengo recuerdos posteriores de Bonachón y su Cruzada por la Luna.
Lorena Ackerman (Texto libre)

Cosas de Angeles.

Los ángeles pueden volar porque se toman la vida a la ligera, dijo alguien que no recuerdo ahora...
Ellos son quienes se encargan de mover a las estrellas por los cielos, a veces hasta tienen que apurarlas para regular los ciclos... algunas son distraídas, de las que se dispersan ante el primer cometa fanfarrón. Otros, rechonchas, van lentamente cruzando el firmamento, como si siempre estuvieran haciendo sobremesa. Otras, soñadoras, se enamoran de los hombres y quieren quedarse cerca suyo; o su encantamiento enamoradizo proviene de alguna galaxia cercana y entonces estos alados seres deben corretearlas, tomarlas de sus brazas y encarrilarlas. A veces se mufan y proponen hacer paro. Si, paro de estrellas... ante el dilema: ¿por qué siempre salimos de noche? Es que a veces quieren jugar con los niños, o, marear algún satélite pues, su espíritu travieso, bien se parece al de un infante.
Tres ángeles me cuidan: Bicho, Fede y Cuento. Bicho es azul, serio y muy alto. Fede es como un tímido joven y Cuento es el pequeñuelo travieso, pero responsable.
Emanan halos de luz que abarcan toda la gama cromática ¡cuantas veces mi habitación ha tenido su propio arcoiris!
Cuando un brillante destellito de luz se anuncia en el éter de la habitación en que este, la certeza es que alguno de estos pícaros anda por ahí, cerca. Saludarlos con una sonrisa para ellos basta. Ah! ¿Qué, cómo los distingo? Los destellos tienen su personalidad: los resplandores de Bicho son del tamaño de una moneda, medio azulados y tienden a elevarse antes de desaparecer; los de Fede son muy pequeñitos, brillosos, y cruzan la habitación rápidamente para luego desvanecerse; los de Cuento tienen un aspecto rosáceo y se expanden un poco velozmente antes de esconderse en una especie de guiño cómplice.
Es entonces cuando se van por un incierto rato a sentarse a alguna estrella y observar a la humanidad desde allí, renovando sus energías del silencio cósmico y la virtud de las divas.
Contemplan amaneceres y ocasos embebiendo nubes en rocío matutino, para saciarse la sed con el exquisito néctar, esencia sagrada de la tierra y del hombre.
Reposan sus pies en las corrientes galácticas mientras mantienen charlas con los astros y el resto de los espíritus celestes vagando por el universo.
A veces se cuelan de la cola de un cometa y se van de paseo por el universo, para luego en un par de días, ¡recibir noticias de ellos!.Si hasta una vez los escuché cuchicheando detrás de la heladera sobre los planes del fin de semana para ir a jugar carreras de patín y calesita en los anillos de saturno! O esa vez, en que pensaron ir a jugar a las escondidas en la nebulosa de Andrómeda y con tanto polvo estelar, por poco se pierden si no fuera porque Dios los vió desorientados y los acercó a la tierra, entonces se detuvieron un rato del otro lado de la luna para jugar a la mancha; resultó que a la luna le agarró un ataque de risa porque las alas de los ángeles le hacían cosquillas... Según me contaron Bicho, Fede y Cuento, los seres divinos, detuvieron su juego y colmaron a la luna con mimitos hasta que se durmió con una enorme sonrisa, tan brillante que en la noche terruna los sueños de los mortales fueron mágicos; mientras los ángeles agotados, se montaron de las nubes y viajaron con los vientos para llegar al hogar de la luz de sus ojos, para tenderse cerca y responderles al saludo de las buenas noches con unas caricias en los cachetes y un bostezo silencioso, de ángeles. Y de estrellas.
Lorena Ackerman (Texto libre)

jueves, junio 22, 2006

Princesa

… “Está sola. ¡Pobrecita la princesa!, la abandonamos en el loquero una vez más. La angustia suele invadirme cuando me alejo, mientras ella saluda por la ventana, como si quisiera que regresemos. Estos lugares me hacen sentir el encierro, la desolación, y me pregunto por qué decidimos traerla aquí. Puedo recordar aún algunos momentos de su infancia, cuando todo era diferente, cuando estaba cerca de su familia… ¿qué la haría tomar una decisión así?
Este es un lugar oscuro, triste, demencial, nadie puede soportar permanecer en aquí. No corre el aire, la luz no entra por las ventanas, el silencio reina en la noche y en el día solo los gritos impotentes enturbian el ambiente.
Pobre princesita, abandonarla en este manicomio con esa gente, que no puede ver más allá de sus narices, que no se saluda por las calles, que no se mira a los ojos. Pobre alma la suya, al tener que lidiar todos los días con la insensibilidad de la gente, que no conocen ni a quienes aman, que no se conocen ni a sí mismos.
Allí está. Sola. Lejos. Lejos del lugar que le dio la vida, lejos del lugar que la vio crecer. Sin sus cosas, sin sus recuerdos, sin su vida. Es su exilio. Pero aún más doloroso porque marcharse fue su voluntad. Así lo quiso la princesa.
Si fuera por nosotros, su cuarto nunca se hubiera convertido en un cuarto de huéspedes, y sus cosas nunca se hubieran regalado. Su lugar en la mesa todavía estaría ocupado, y la marca del resto de pasta de dientes en su baño estaría intacta. La escalera que conduce a su cuarto añora sus corridas, su fugacidad. Juntas aprendieron a disimular los crujidos inquietantes de las caídas en las noches de fiesta, o las llegadas a un horario indebido. La escondió cuando la perseguía el miedo y también la vio marcharse un día, para no volver a sentir nunca más sus pequeños piececitos.
Todos sentimos el vacío que dejó. Juan la extraña con locura. Luego de su partida dejó de comer, de jugar. Dormía largas siestas en su cama, imaginando que ella aún lo acariciaba. Su tristeza se esfuma cuando, después de un largo tiempo, ella viene a visitarnos. Poco dura este momento. Apenas se marcha, su ausencia vuelve a invadir el ambiente, y todos comienzan a hundirse en la angustia de extrañarla.
Juan la llora en su ventana, la busca desesperadamente por todos los rincones de la casa tratando de encontrarla.
Su lugar será eternamente este. Pero solo podremos consolarnos con sus vistas esporádicas, sabiendo que la alegría de tenerla en casa es tan real como la angustia que nos provoca que cruce la puerta para volver a partir. Sabremos que ya no es la misma. Su rostro, sus gestos, su olor, su voz. Ya no está aquí. Está lejos. Está sola.

Mirta y Jorge

Alma pueblerina la de mis padres. Quizá la mía también lo sea. No pueden entender que esta es la vida que elegí. Me formaron para aprender a decidir, a elegir las cosas que quería para mi vida.
Nací y crecí en un pueblo. Tranquilo, libre, sin miedos. Un pueblo donde la familia estaba en tu casa, en el colegio, con tus amigos. Donde las puertas de las casa se mantienen abiertas, y la gente es humilde y agradable. Los noticieros nos contaban que el infierno se parecía a la Capital Federal, pero era otra realidad, a la que allí estábamos inmunes.
¿Puede entenderme alguien que no vivió jamás en un lugar así? No. Por esto puedo entenderlos a ellos, que nunca salieron del pueblo, y, en todo caso, cuestionarme a mí misma por elegir esta vida y no la que querían mis padres.
Hoy estoy acá. Mañana, no lo sé. Sólo tengo la certeza que el infierno de esta lugar no me lo contó la tele. Me lo contaron ellos, para quienes el único alivio…será que vuelva.
Princesa
María Lucía Litardo (Autobiografía)

María Gabriela Sánchez Oliva o “Titi”

Merodeaba, curiosa, el lugar del asesinato. Con paso sigiloso y vigilante, observaba cada detalle. Su marido se encontraba junto a ella.
María Gabriela Sánchez, llamada así antes de pretender un doble apellido sumándose el de su marido, era una vieja modelo. Vieja no por su edad, sino por ser una figura pasada de moda, hacia ya tiempo que no modelaba.
Casada con un empresario del petróleo, heredero de una fortuna familiar de gran importancia, Maria Gabriela pudo conseguir mucha fama, mucha más de la que hubiera obtenido con el modelaje.
Cuerpo desgarbado y eterno. Como un galgo, sus largas piernas y rodillas anchas parecían no tener fin. Se encorvaba ligeramente y los huesos de su columna vertebral daban la sensación de un collar de perlas. Al caminar se podía ver que mantenía un rumbo fijo rememorando constantemente los años de pasarela que habían marcado su juventud. Un paso tras otro podíamos ver como nunca bajaba la mirada. Siempre mantenía una actitud de importancia, como si nada pasara a su alrededor, como si fuese una continua sesión de fotos.
Su cabello oscuro de terminaciones onduladas finalizaba en unas pocas mechitas que cruzaban su rostro, como si un viento constante de película las volviera rebeldes. Brillante, sedoso, radiante. María Gabriela vivía para el cuidado de su cuerpo, pero más aun de su cabello. Las suaves terminaciones, el color parejo y uniforme mostraban un cabello prolijo y cuidado.
Los hombres. Ella los enloquecía. No faltaba más que una mirada, un movimiento como buscando algo más, que allí estaban, atentos a todas sus exigencias.
Esquivando su sutil belleza, su mirada conducía al escote de María Gabriela. Siempre pronunciados por alguna prenda ajustada sus pechos florecían sugiriendo mucho para ver. Grandes, pero separados como apuntando a puntos cardinales opuestos, dejaban ver entre ellos un marcado esternón.
María Gabriela usaba ropa cara. En realidad lucia como ropa cara, pero nadie sabia si así lo era, porque cualquier prenda que se posaba en su cuerpo encontraba la manera de lucirse. Suaves sedas, y minuciosas prendas interiores conformaban su cotidiana vestimenta. Maria Gabriela adoraba que se notara la ausencia de grandes prendas íntimas. Contribuía a la imaginación, al jugueteo.
Los dorados y los brillos eran comunes detalles que resaltaban en su vestuario. Los zapatos italianos, ayudantes incondicionales, sumaban a la altura de Maria Gabriela unos 8 cm. Increíbles taco agujas sostenían alrededor de unos 64 kilogramos de una figura esbelta y refinada. Ayudaban en su postura, modelaban su cuerpo.
Le gustaban los brillos, pero más aún el maquillaje. Adornaba su rostro con millones de colores siempre eligiendo una gama determinada que combinase perfectamente con el vestuario del día. María Gabriela no repetía vestuario. Las pesadas sombras sobre sus parpados alegraban sus tristes ojos color café y el labial rojo acentuaba sus carnosos labios, que siempre permanecían húmedos. Nadie entendía como lograba que se convirtieran en un objeto de tanta sensualidad y generadores de actos de locura.
Pero lo más bello que tenía María Gabriela era su piel. Tersa y suave. Sensible. Limpia. Plenamente virgen, como si nunca se hubiera afrontado con trabajo alguno. Rosas, violetas, sándalo. Así solía oler. Siempre con una fragancia de alguna crema importada. María Gabriela no escatimaba en las cosas que la hacían sentir bien, que la hacían ver bien.
¿Podía haber alguien más bonito que ella? María Gabriela no lo creía. Su marido, sí.
Merodeaba curiosa el lugar del asesinato. Con paso sigiloso y vigilante, observaba cada detalle. Su marido se encontraba junto a ella. Era el principal sospechoso de la muerte de aquella hermosa mujer que reposaba en el suelo de su casa.
Ella lo quería así. Ser la más linda. La única. Para todos.
(Actualmente, su marido se encuentra exiliado del país. María Gabriela no pudo soportar la carga de una muerte y se suicido).
María Lucía Litardo (Retrato)

miércoles, junio 21, 2006

Conciencia del mundo

Cuando se pierde la conciencia del mundo y la autocomplacencia toma lugar de forma frívola y orgullosa, llega 1980, una década donde el "fastfood" se asume como indicador de desarrollo social y estilo de vida para miles de individuos perdidos en tratar de asimilar, sin resultado, su entorno socio-económico. Justamente entonces nací yo, Claudio.
Quién iba a imaginar, que en esa década iba a aparecer una cajita llamada Nintendo, una versión más avanzada de su antecesor Atari. También los McNuggets, haciendo de McDonald´s la reina de las cadenas internacionales de hamburguesas.
Luego, el hombre por alguna extraña razón, decidió olvidarse de sí mismo, envolviéndose en el hedonismo, un escudo mental universal; y trató de hacer curar las heridas de años de guerra y muerte. Esto quizá, sirvió para lograr un avance tecnológico que vino a repercutir en la vida de los habitantes de la Tierra, 10 años después.
Al estudiar en la primaria, yo pensaba que todas las escuelas eran iguales y que todos los niños rezaban antes de entrar a los salones, pero no; fui a dar a un colegio católico donde nada interesante pasaba. Yo vivía a 2 cuadras de ahí, por lo tanto, durante muchos años, mi vida transcurrió en un área de menos de 1 Km.
Soy el mayor de tres hijos, siendo el mayor se tienen muchas ventajas; y el mayor hasta en estatura, llego casi al metro noventa, y siempre sobresalí de entre mis compañeros de escuela.
Pronto para mis 13 años, en primero de secundaria, la idea de dedicarle mi vida a la producción de arte secuencial llenó mi cabeza. Los 5 años de secundaria, los dediqué a dibujar y dibujar; ahora veo esos trabajos y me da mucha risa el haberme sentido orgulloso de ellos. En esos años de prepubertad conocí a Luciano Garrido y Martín Ditomaso, pero no fue hasta años después que nos reunimos para trabajar. En ese entonces era yo un fan de los "X-Men" y llenaba libretas con dibujos de esos monos; pero pronto, todo eso acabaría cuando entrase a la facultad.
Con la idea de convertirme en un diseñador profesional y expandir mis capacidades, decidí entrar a la UBA y me especialicé en Diseño Gráfico. El realismo fue para mí una meta y traté de aplicarme según las estipulaciones de la facu; esto, para mi pequeña mente, ponía a los comics como un arte menor, por lo que los dejé por un tiempo.
Se me ocurrió estudiar Diseño Gráfico para complementar mis conocimientos artísticos y comunicativos y allí me interesé por aprender las técnicas digitales que ahora son parte importante de mi trabajo, sin dejar atrás las técnicas tradicionales. Y aquí estoy cursando mis últimas materias de la carrera, trabajando en lo que me gusta y apostando al crecimiento, ya sea laboral, como sentimental. Estoy muy enamorado de mi futura mujer y madre de mis hijos, este año espero lograr mis metas, voy por un buen camino, espero ver más a futuro, pero ser feliz con Laura, mi novia, es la meta continua y el amor es el medio.
Muchas otras cosas vendrán con seguridad para este 2006. Entre ellas espero lo más importante, formar mi familia y un hogar.
Claudio Javier Grillo (Autobiografía)

Hundida

Hundida en el dolor de la soledad, contempló cómo sus hijas respiraban su misma pena.
Despojada de la risa cayó presa de los recuerdos que le arrebataron las ganas de vivir. Se sentó vencida cubierta en su velo color tristeza y a su lado sobre su falda arropó a sus niñas que poco entendían lo que acontecía. Una en cada pierna las acomodó son vacilar. Tres rostros, miradas que dicen nada y dicen todo. Una noche inmóvil, más cerca del suicidio que de resucitar.
Lucía tuvo a sus hijas a su lado, jamás coincidieron sus miradas, ni siquiera por error. Sus ojos en la nada profunda, en un vacío desterrador. Las pequeñas desconcertadas permanecían calladas, casi como si embalsamadas de incertidumbre no supiesen que hacer.
La escena es triste, es poco alentadora. El colorido de sus trabajados atuendos poco teñía que ver con la tormenta que se había instalado en sus almas.
Desconsolada permaneció inerte, cual estatua, sin correrse de esa nada que la visitaba; que la hipnotizaba como si no existiese otra dirección posible para sus vencidos ojos.
No pudo observarse ni sus manos, ni sus pies, ni siquiera su misterioso cabello que permaneció esclavo del velo que supo esconderlo decidido.
Quietas como en un cuadro, más frías que el invierno, se entregaron a la oscuridad del cuarto para unirse en el infierno del abandono.Un contraste notable: un rostro paralizado, perdido, inmóvil, inalterable; su falda, regalaba incontables pliegues alterados, que se sucedían en infinitas y diversas direcciones, desde lo que podía deducirse como su estómago hasta sus ocultos pies.
Mercedes Ruggero (Descripción)

Muñeca

No es un cuerpo normal. Luce como si hubiese sobrevivido no a una guerra sino a más de seis. No tiene cabeza, y lo poco que queda del resto de sus extremidades cuelga indeciso. Sus brazos, prontos a caer. Es una muñeca muy antigua. Deteriorada, abandonada y sucia. Despojada de gestos, de facciones, inerte. Inexpresiva.
Acéfala, permanece sentada sobre una mesa. Erguida. En su cintura restos de lo que pudo ser su vestido. Ahora, tules deshechos, inmóviles, abandonados, corroídos por el tiempo.
En sus pies mediecitas, oscurecidas de tierra de ayer.
Escombros!, piel de escombros!.Un color que respira muerte. Torso petrificado, vacío, duro.
No despierta, no respira.
Sentada sobre un lienzo, fucsia enfurecido, con vida, reposa la muerta muñeca.
Por el hueco de su cuello le huyó el alma de su cuerpo; la abandonó, la entregó a la nada, al vacío total. Su piel está hecha trizas. Se despinta de un soplido. Su débil piernita amaga a abandonarla para convertirla definitivamente en un horrible monstruo.

Mercedes Ruggiero (Descripción)

lunes, junio 19, 2006

2:49 AM

Todo comienza sin querer.
Mi artrosis dactilar es evidente, hace tiempo que no me siento a esto.
Hace tiempo, ya se sentía.
Comienza un hormigueo a recorrerme la piel, el tic tac luce menos rítmico, pero más encantador.
Dicen que cuesta empezar. La vez que inaugura la serie.
Retomar es algo más arduo, retomar oxidado el camino de arena resulta utópico.
Vamos bien.
Aún adormecidos, mis músculos esperan la señal. Esa banderita que flamee como en otros tiempos pasados y me ordene: chambón despertarte, no seas otario.
Para nosotros hoy es más difícil, como seguir a la pequeña Alicia y zambullirse en agujeros marca Acme.
Aquí dentro es oscuro. La depresión del terreno se torna muy vertiginosa para cualquier forastero. Y hoy, le dan la llave de la ciudad a cualquier monigote.
Seguimos la carrera. Entramos en calor y la primera gota de sudor genuina se lanza al interior, apresurada esquiva dos controles de aduana paralela, dos azules u tres piqueteros inoportunos protestando por quien sabe qué. Observa, aguarda y fluye.
La tinta intenta protegerse, pero pronto comienza la carnicería caligráfica. Todo se desdibuja, desdice y transforma. Muta, crea y multiplica.
El tiempo nos ha reunido.
Nuevamente un impulso eléctrico me hace pestañar. Mis salitrosas lágrimas brotan, insensatas, ansiosas durmieron para esperar su papel protagónico.
Malditos sentimientos humanos.
Debería implantarme algún microchip, algún censor anti-spam-emotivo-Pentium 1.0.
Debería, también, patentarlo.
Nosotros siempre nos suplimos y hoy yo no soy más que un lugar. Un espacio encantador encandilado por el brillo de mi Osram 100w, capaz de broncear a un vampiro albino.
Miro la hora.
Se hizo tarde para volver, mejor sería colgar y seguir mañana. Al fin y al cabo, si no existe más que un todo tendré que cambiar de esfera.
2:49 am
Juan Manuel Bruñol (Autobiografía)

domingo, junio 18, 2006

Hablemos de mí

Hablemos de mí. De mi infatigable búsqueda por lo que no tengo; de la pesadez que sostiene mi espalda por aquello que no soy, ni seré jamás; del obstinado empeño que insiste en que yo quiera todo eso que quiero.

Mejor hablemos de la fantasía. De cómo mi cabeza se hunde todas las noches en una almohada embebida de rosado ensueño, esperando despertar ilesa de aquella fatal irrealidad.

Y la terca neurosis que pasa, inexorable, dos veces por el mismo lugar, en una eterna discordia entre la letanía del rito obsesivo y las apresuradas agujas del redondo reloj amarillo.

Hablemos del ojo izquierdo que, por un descuido de seis años, ha comenzado a discernir seis siluetas menos.

La racionalidad, inagotable, despliega un prolijo orden que se vuelve horrible y exagerado cuando a mi alrededor transcurre el habitual caos de una vida que se mueve mucho.

Y ese eterno miedo mío, reprime docenas de deseos que prefieren esconderse detrás de la pulcritud, para evitar que alguien se burle de su osadía.

Por suerte, un poco de aire fresco sopla sobre mi frente y desmigaja la pesadumbre que, a las tres de la madrugada, se convierte en la figura de un insípido fantasma. Una sombra que en alguna mañana de cielo azul, se hará carne y huesos.

María Carla Mazzitelli (Texto libre)

Hombres

Dos cuerpos en pugna, poca luz y una vereda rota y resbaladiza.
Causas desconocidas y consecuencias imaginables...

Un sonido agudo y chirriante, una voz desde el dolor y un pedido de clemencia.
Llanto agónico al ritmo de cada intempestuosa trompada.
Sangre espesa sobre las piernas de ella y los puños de él.
La boca roja...y entreabierta por la falta de energías.
Una mirada animal, de furia e incomprensión...sobre una mirada perdida y llena de lágrimas...
El alma herida y la carne abierta. Sin posibilidades de reconstrucción.

Sobre ellos, un balcón húmedo e igualmente poco iluminado.
Detrás de la baranda oxidada, cinco testigos aburridos e interiormente inquietos.
Comentarios e hipótesis de todo tipo.
Contemplación...
Pasiva contemplación...

Dos caras aberrantes de una misma violencia.
Una activa y otra pasiva.
Un límite que aparenta abismal, y es apenas una delgada línea.
La línea que nos une como hombres......
o nos aleja eternamente como individuos...

Anabel Buccino (Descripción dinámica)